La visión de que la estabilidad y la prosperidad de una sociedad se dan de manera espontánea es errada. En la fórmula de la construcción progreso hace falta la participación ciudadana. ¿Cómo?
Toda área del conocimiento tiene uno o dos resultados que son ampliamente conocidos—pero mal entendidos—por la opinión pública. En la historia económica y política existe uno particularmente popular e incorrecto: la idea de que las sociedades evolucionan de manera monotónica a través de etapas a las que nunca retornan. Algo así como los seres humanos, quienes pasan de ser niños a adultos, y de adultos a ancianos. Aunque cada persona está en su propio sendero de envejecimiento, ningún ser humano nace siendo un adulto, o pasa de ser un anciano a un niño. Es así como muchos piensan que las sociedades evolucionan.
Esta idea viene en muchas variedades, pero permítanme ejemplificarla con sus dos visiones más populares.
Primero, hay una visión tradicional de la historia económica que describe cómo las sociedades modernas son producto de un largo proceso que las llevó del esclavismo al feudalismo, y del feudalismo al capitalismo. Esto, a través de siglos de progresivo aumento del consumo, acumulación de capital, expansión de los mercados, y complejización de las relaciones económicas.
La segunda visión, particularmente popular cuando se piensa en la historia política, ve a las sociedades modernas como resultado de una larga evolución institucional, iniciada alrededor de familias reguladas por normas consuetudinarias. Bajo esta visión, las familias exitosas se hicieron grandes clanes que, al competir con otros, terminaron forjando grupos de mayor tamaño, siendo liderados por figuras poderosas ampliamente respetadas (o temidas) por las masas. Eventualmente, el surgimiento de identidades comunes entre las masas, y la amenaza que su acción colectiva traía a las autoridades tradicionales, llevó a la expansión de las democracias liberales. Esta visión evolutiva de tribu-a-reino-a-república describe la movida progresiva de mundos homogéneos basados en la tradición y la autoridad religiosa a la aceptación generalizada de instituciones de coordinación no personales entre comunidades diversas.
Estas visiones, aunque útiles para pensar algunos episodios históricos específicos, son erradas como interpretaciones generales de la historia mundial. Una forma sencilla de ver esto es pensar en los concesos hoy dentro la arqueología del mundo antiguo. Este es un campo que fue revolucionado por la llamada Escuela de Stanford hace más de 20 años, al mostrar exhaustivamente cómo muchas sociedades en el Mediterráneo tenían economías basadas en el intercambio mercantil milenios antes de cualquier datación previa del origen del capitalismo. Sobre muchas de aquellas sociedades, además, hemos tenido evidencia escrita por siglos que describe su amplia adopción de prácticas democráticas, como elecciones y divisiones de poder dentro del Estado. Más interesante aún, tenemos perfecta claridad de que muchas de estas sociedades entraron en decadencia, viendo todos estos atributos que acabo de mencionar, junto a su consecuente prosperidad económica y estabilidad política, desaparecer por siglos.
Y el problema con estas visiones no es solo que ignoren el elemento no monotónico de la evolución social o que sean incapaces de pensar el mundo antiguo. Además, son visiones profundamente eurocentristas, que poco nos sirven para analizar la mayoría de las sociedades del mundo. La visión de sociedades feudales que experimentan una revolución comercial que abre las puertas a un sistema capitalista fue popularizada por el marxismo, que en su versión canónica estaba particularmente inspirado en la historia de Europa durante el medioevo tardío y la edad moderna temprana. Similarmente, la visión de la inevitabilidad del arribo democrático ante el accionar articulado de las masas es un producto de la Ilustración y su obsesión con la Revolución Francesa y el impacto que aquella tuvo en la política europea del siglo XIX. Sin embargo, la más breve exploración de la economía y la política del Sur Global en los últimos tres siglos le permite a uno reconocer una variedad de sistemas que simplemente no encajan en las etapas que estas visiones proponen—en parte, por la influencia misma de las potencias europeas en estos territorios.
Entonces, aunque sea cómodo, es equivocado pensar la evolución social como si viviéramos dentro de Age of Empires, el popular juego de computador de los 2000, donde los pueblos se movían a etapas de mayor complejidad social y prosperidad luego de satisfacer ciertas condiciones. En realidad, cada sociedad está creando día a día su camino y existen infinidad de diferentes senderos que se abren con cada decisión que toman.
Reconocer esto es importante para los ciudadanos, porque aquellas visiones de progreso natural son las que suelen validar la implementación de políticas importadas a contextos inapropiados. Más relevante aún, es que sobre estas visiones de progreso natural se ha construido la ingenua idea de que las catástrofes sociales son poco factibles en ausencia de choques externos. No, malas decisiones pueden, definitivamente, destrozar el aparato productivo, erosionar la capacidad del Estado, y romper el tejido social. La estabilidad y prosperidad social no resultan espontáneamente, ni llegan de forma fácil al aplicar fórmulas extranjeras, son el producto de los esfuerzos diarios de los ciudadanos por mejorar su propio entorno. El progreso no existe, el progreso se construye.
Por: Javier Mejía Cubillos*
*El autor es Asociado Postdoctoral en el departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Stanford. Ph.D. en Economía de la Universidad de Los Andes. Ha sido investigador y profesor de la Universidad de Nueva York–Abu Dhabi e investigador visitante de la Universidad de Burdeos.
Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia.
Lea también: El segundo país más desigual del mundo