La cultura de una sociedad ciertamente impacta el desempeño de las organizaciones que nacen en ella. ¿Cómo puede ser esto posible?

Hace unas cuantas semanas, me invitaron a dar una charla en la Universidad de California en San Diego. Era mi primera vez en San Diego, así que me quedé un par de días más para turistear. Muy gentilmente, el esposo de mi anfitriona, un piloto retirado de la naval americana, me llevó a conocer el portaviones USS Midway, el cual, operando hoy como un museo militar, se encuentra anclado en la bahía de San Diego. Esta visita me enseñó mucho y me permitió reflexionar sobre la importancia de la descentralización de la autoridad en el éxito de organizaciones altamente complejas. Quiero compartir esta reflexión con ustedes.

Primero, algo de contexto. Los portaviones son los navíos de guerra más grandes que existen. Tienen múltiples funciones. Además de ser buques de guerra, también son aeropuertos y gigantescos centros logísticos. Desde un portaaviones se pueden atacar objetivos directamente, al igual que llevar a cabo operaciones aéreas, pero también se puede proveer servicios de salud, agua potable, y energía eléctrica a poblados de decenas de miles de personas.

Los portaviones suelen navegar en flotas compuestas por más embarcaciones—e.g. cruceros, destructores, etc. Cada una de esas embarcaciones tiene un capitán. Este es la más alta autoridad dentro de cada navío. Existe, además, un almirante, quien es el jefe de la flota. Usualmente, los almirantes llegan a dicha posición luego de ser capitanes exitosos de un portaviones.

Ahora bien, aunque el almirante dirige las operaciones de la flota desde el portaviones, él no da órdenes directas al capitán de esta embarcación, al menos en lo que respecta las operaciones propias de aquella. Es decir, el almirante le dice al capitán del portaviones cómo se debe articular su embarcación a las operaciones conjuntas de la flota, pero no puede decirle cómo hacer las cosas dentro del barco. Es más, las oficinas de estos están separadas por diseño. Es importante que el capitán no tome decisiones influenciado por el almirante.

La lógica detrás de esto es que operar un gran navío tiene una serie de retos específicos, los cuales involucran conocimiento y capacidades locales, y acarrean responsabilidades concretas que el capitán domina, pero que el almirante, seguramente no. Esta descentralización de la autoridad no se limita a la flota y la embarcación. Puesto que un portaviones aglomera tantas funciones, está compuesto por diferentes divisiones y grupos que gozan de una alta independencia de mando. Por ejemplo, el jefe de una escuadra de helicópteros, aunque por supuesto en coordinación con el almirante y el capitán del portaviones, decide por su cuenta cómo se ejecutan la mayoría de sus operaciones específicas.

Esto es un equilibrio de la más alta complejidad. Exige conciliar la precisión y disciplina militar con la libertad y flexibilidad del emprendimiento. Según mis anfitriones, es la apertura y fluidez de la cultura americana la que permite que esto suceda. Es así como ellos me hicieron notar que mientras EE. UU. tenía permanentemente 11 portaviones en funcionamiento, China, la segunda potencia militar del mundo, apenas tenía 2—habiendo aun profundas dudas sobre la efectividad de éstos. En su opinión, es difícil operar una máquina de este tipo en una cultura de muy alto respeto a la autoridad, como lo es la cultura china.

Más allá de si esa hipótesis específica es cierta o no, la cultura de una sociedad ciertamente impacta el desempeño de las organizaciones que nacen en ella. Por esto, creo que vale la pena sentarse a pensar qué tan favorable es la cultura latinoamericana para el florecimiento de organizaciones donde se requiere descentralización de la autoridad.

Aun no tengo una respuesta muy bien pensada al respecto. Mi sensación es que en Latinoamérica tampoco tenemos la cultura ideal para este tipo de organizaciones, pero por razones diferentes a la de los chinos. A pesar de las muy profundas estructuras jerárquicas que dominan nuestras interacciones diarias—plasmadas en el amplio uso de expresiones como ‘mande’ en México o ‘sumercé’ en ciertas partes de Colombia—Latinoamérica tiene una larga tradición de poco acatamiento de la autoridad y gran dificultad para coordinar descentralizadamente.

Y uno podría pensar en las raíces históricas de esto, recordando la expansión del “lema obedezco pero no cumplo” en tiempos coloniales o el faccionalismo y desorden de los primeros movimientos independistas, pero no creo que sea necesario. Todos aquellos que crecimos en la región somos conscientes que incumplir las normas y discutir ampliamente respecto a cualquier objetivo colectivo son pilares de la vida latina. ¿Son estas prácticas sobre las que organizaciones tipo portaviones podrían proliferar?

Por: Javier Mejía Cubillos*
*El autor es Asociado Postdoctoral en el departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Stanford. Ph.D. en Economía de la Universidad de Los Andes. Ha sido investigador y profesor de la Universidad de Nueva York–Abu Dhabi e investigador visitante de la Universidad de Burdeos.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia.

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