¿Qué es lo que actualmente está priorizando la sociedad como el secreto de la felicidad y la clave para alcanzar sus sueños?
Debe de causar una profunda tristeza, una frustración inagotable, llegar a los últimos días y comprobar que se acabaron las oportunidades para alcanzar los propios sueños. Nadie ha regresado de la muerte para contar si los deseos de cada ser humano serán posibles en otra ocasión. Entonces, sin esa garantía, el mejor consejo es atender en este presente los anhelos profundos, sin causar daño a nadie ni a sí mismo, dejando que otros tomen su propio camino y asumiendo las responsabilidades que ya se han adquirido.
Una de las ideas de la felicidad consiste en disfrutar y experimentar el deleite de nuestros deseos, entendiendo que la vida está lejos de ser un bienestar constante, porque eso sería una quietud, un aburrimiento reiterado. La fascinación aparece cuando se comparan distintas sensaciones que preservan el equilibrio: la luz y la oscuridad, la tristeza y la felicidad, la muerte y la vida, el dulce y el amargor, la opulencia y la indigencia, etc. Aunque no parezcan, las desdichas son escalones.
Sin embargo, esta es la oferta para unos pocos afortunados, que escogieron sus sueños porque al nacer ya contaban con un abanico abierto y un mullido tapete bien extendido. La mayoría de personas, en cambio, abre los ojos por primera vez y solo encuentra oscuridad, tristeza y amargura tejidos en el andrajo que lleva a sus miserias, a un destino que, al parecer, otros trazaron por ellas. Nadie recogerá los frutos dulces y nutritivos si solo le mostraron un camino bordeado de espinas.
Antes de las llamadas civilizaciones, eran más las oportunidades de sobrellevar la existencia con libertad y deleite, porque las influencias provenían solo de la naturaleza, aunque, claro, había otro tipo de riesgos; pero, no era solo un grupo reducido el que disponía el destino de las demás criaturas. Ahora, cuando se vive en sociedad, solo quienes toman las decisiones generales también estipulan los medios para favorecer a unos o a otros.
Hasta cuando muchos descubrimientos científicos no llevaron a modificar el genoma humano, de las condiciones en que nacíamos nada podía rebatirse. Hoy, una especie de predestinación moldeará ciertas cualidades y, según un control agazapado, bloqueará o potenciará los talentos, sobre todo para confundirnos con la sensación de que ese es el destino, como si hubiésemos sido obligados a jugar una misteriosa lotería universal en que obtuvimos un número perdedor sin la posibilidad de una revancha.
Junto con la información genética, nos configuramos (moldeamos, perfilamos) de manera casual o consciente con las vivencias propias, porque ocupamos de manera individual unos lugares y unos momentos, a veces compartidos, pero nunca iguales: esa es nuestra singularidad. A estas dos influencias, se suman el ambiente familiar (cuando hay familia), que refuerza casi siempre las huellas genéticas, y el entorno social (el de efecto más contundente). Por tanto, así como no debe juzgarse a la planta venenosa que creció en el suelo abonado para ello, tampoco al hombre que revierte el resentimiento o la violencia que le sembraron en su niñez.
A pesar del olvido de la historia, el valor de un ser humano se mide por el esfuerzo constante de procurar el bienestar a todos los demás. Sin embargo, cuando se desconocen el amor, el perdón, la solidaridad, la generosidad y hasta la alegría, nadie puede proporcionar tales virtudes si nunca se las mostraron. Por lo regular, los poderosos egoístas las ocultan para evitar que sus sometidos de algún modo se fortalezcan y salgan de esa atrofia impuesta.
Desde esta perspectiva, juzgar con premura significa, de manera literal, prejuzgar, es decir, soltar con anticipación consideraciones equivocadas sin un conocimiento suficiente de las causas o motivos de un hecho. Y es muy frecuente que, debido a una falta de visión más profunda de las experiencias humanas, emitamos opiniones como si fuesen verdades, y nos aferremos a estas por ese amaestramiento social masificado (el más contundente), el que padece casi toda la gente y que se renueva sin cesar en los contenidos de los medios de información. De ahí, la relevancia de la educación, de la lectura selecta.
Si las aflicciones nos rodean a cada instante y la sobrevivencia impone cada día cargas más pesadas, pintamos el entorno de un color alegre para ocultarlas y luego miramos el cielo con la esperanza ingenua y milenaria de que todo va a solucionarse. Y, aunque ello sea un autoengaño, muy pocos quieren hacerlo patente, porque los motivos de esa farsa ayudan a atenuar cualquier suplicio. Abundan los corazones que se aferran más a una idea absurda que a un planteamiento razonado solo por adormecer un dolor.
Las adicciones de toda categoría y las alteraciones involuntarias de la conducta entrañan causas más profundas que esa definición coloquial de “trastorno mental”. Atentos al siguiente círculo vicioso: la disimulada imposición social sobre las familias, y de estas sobre los individuos, y de estos en conformidad con las pautas familiares y sociales, van anulando la expectativa de que un sujeto social escoja su propia vida: el criterio es para los valientes. Tomando conciencia de que no todo puede escogerse en esta vida (físico, padres, época, nacionalidad, tipo de sangre, etc.), aun antes del nacimiento, ya las fuerzas sociales trazan el futuro.
Las redes sociales, de manera paradójica, se convierten al tiempo en el espejo de los resentimientos y de los anhelos sublimes: desfogan las muestras de odio inmenso, por un lado, y multiplican los mensajes de ternura y cordialidad, por otro. Para cada conciencia, debe entenderse que el origen de muchas acciones asociales, antisociales o burdas responden a los dolores de experiencias pasadas: la arrogancia, la estupidez y la violencia se venden en un mismo kit. Pero, los mensajes emotivos (sin importar que algunos sean muy cursis) pueden expenderse sueltos o todos juntos; son un gran indicio de humanidad, quizás la señal de que aún falta tiempo para bestializarnos.
Por: Jairo Valderrama*
*El autor es Doctor en Ciencias de la Información de la Universidad Austral (Argentina) y profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de la Sabana (Colombia).
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