La trampa del “deepfake” está en las estafas directas y gigantescas en las ventas o en los millones de me gusta (“likes”) para las ofertas falsas.

Si “virtual” es la existencia aparente y no real, cualquier lector creerá que la expresión “engaños virtuales” es redundante. Sin embargo, como la palabra ya tiene múltiples significados, muchos de los contenidos, sobre todo de las redes sociales, ya son entendidos como invenciones, que con facilidad mezclan realidad y afectación. Así, cuando hay artificio, no siempre hay engaño, pero al frente debe haber alguien inteligente.

Sin embargo, hay un recurso para falsear más la información, que ni siquiera permite considerarla aparente. Al respecto, el doctor Víctor Manuel García Perdomo, Ph. D. en Periodismo y Comunicación de la Universidad de Texas en Austin, Estados Unidos, alerta acerca de cómo los estafadores usan la inteligencia artificial para engañar “con negocios falsos y utilizan el formato de los medios tradicionales y las noticias como vehículo de desinformación”. Ese recurso se conoce como “deepfake”: un sonido, imagen o video que imita de manera tan fiel a una persona que les impide a los usuarios descubrir la farsa.

Con la reproducción de imágenes, por citar un caso, millones de consumidores perciben que estas son remedos de la realidad. La inmersión incesante en la virtualidad, sin embargo, lleva a que la llamada realidad haya dejado de ser una prioridad. En estos tiempos, la atención sometida se enfoca, entre muchas otras pulsiones, en la risa, el misterio, la novedad, el morbo y la vida íntima de famosos o de seres anónimos, sin que importe el origen o la veracidad.

Hasta hace poco, en la virtualidad eran notorios los contenidos irreales. En Facebook, Streaming o Tik Tok, entre otras alternativas, se sabe que algún conocido sí tiene canas y muchas arrugas, aunque las oculte; que otro más jamás ha viajado a Tailandia, a pesar de mostrarse con imágenes de ese país; que el mejor amigo jamás ha estrechado la mano de Lionel Messi, aunque así se aprecie en una fotografía; que algún político jamás pudo exponer ideas tan profundas, o que Cristóbal Colón nunca bailó salsa. De todas formas, aumenta la cantidad de gente que asume estas escenas como hechos incontrovertibles, pero en general y por fortuna aún subsisten quienes establecen la diferencia.

Además, era claro que se buscaba la diversión, el entretenimiento, la publicidad o una manera más para escapar de la existencia por muchas horas, descartando las del sueño, cuando se prolongaba la inconsciencia, pero de otra manera. Es decir: el tiempo para pensar por sí mismos era casi nulo; pero, aun así, hasta ahora muy pocas personas habían reemplazado del todo las percepciones del entorno físico y natural por las impresiones virtuales. En estos momentos, en cambio, las confusiones son monumentales, pero casi nadie se entera de ello. La imagen de un personaje público, por ejemplo, bien puede manipularse para mostrarlo en acciones que jamás llevó a cabo o hablando con palabras e ideas que nunca pronunció. ¡Qué horror!

Distinguir los detalles del engaño es casi imposible con este nuevo procedimiento. El doctor García Perdomo se refiere a este fenómeno como “la desinformación acelerada por las nuevas tecnologías”. La diversión se está convirtiendo en terror, porque este “deepfake” es tan convincente que no solo burla al desprevenido usuario, sino que embrolla con contundencia a los algoritmos, de tal manera que deja en la mente no solo una sensación simple, sino la creencia de que los contenidos son, sin duda, verdaderos.

Como son tan descomunales las ganancias que proporcionan los cautivos usuarios a los controladores de la virtualidad, al parecer nada importaba si el mundo seguía atrapado en la inconsciencia y dejando en el entorno solo los cuerpos. Las casi nulas relaciones sociales y familiares son la consecuencia de esa parálisis reflexiva, que hoy constituye la peor pandemia de la historia humana porque les permite a las víctimas seguir respirando sin notar que están dejando de vivir.

Ante esa invasión cada vez más arrolladora de la alucinación, la problemática se dispara porque el sector empresarial comienza a ser también un damnificado de esta. El aumento de los ingresos corporativos se debe en gran medida a que las infinitas ofertas y las aplicaciones de consumo se soportan de manera muy extendida en Internet, las redes sociales y toda la tecnología con la cual hoy se mueve el capital mundial. Eso sí: se aclara que el “deepfake” en varios casos es inofensivo; se usa también para el trabajo creativo y para promocionar campañas de carácter humanitario y filantrópico.

Una de las intenciones con el “deepfake” está en las estafas directas y gigantescas a millones de personas en los acuerdos de venta; también cobra fuerza al recibir miles o millones de me gusta (“likes”) para cualquier tipo de oferta falsa, lo cual genera, por el elevado número, un alto posicionamiento en las redes y un crecimiento incontrolado de pautas comerciales obtenidas, por supuesto, con el fraude.

Asimismo, se considera que millones de negocios en el mundo se efectúan con transacciones en línea o con acuerdos establecidos desde las plataformas de reunión en que aparecen los rostros con quienes se supone están operando los mercados. Sin embargo, otro de los trucos consiste en reemplazar, con una fidelidad asombrosa, los rostros y las voces de unos supuestos conocidos. Con ello, muchos inocentes son persuadidos para entregar y recibir información privilegiada, y también transferir elevadas sumas de dinero.

El daño no se queda en estas estafas. Otro peligro latente del “deepfake” apunta a la invasión del sector empresarial, espacio en que se reconoce que habrá intenciones rentables, sean legales, ilegales y antiéticas. Junto a este, están también los planes degradantes con objetivos personales, como inundar el porno de venganza; por ejemplo, se altera la identidad facial o corporal de una potencial víctima para extorsionarla o acudir a una represalia infamante.

El filósofo danés Sören Kierkegaard dijo: “Existen dos maneras de ser engañados. Una es creer lo que no es verdad; la otra es negarse a aceptar lo que sí es verdad”.

Por: Jairo Valderrama*
*El autor es Doctor en Ciencias de la Información de la Universidad Austral (Argentina) y profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de la Sabana (Colombia).

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia.

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