Las decisiones que buscan optimizar el uso de los recursos en salud manteniendo la calidad son deseables, pero muchas veces el resultado final para el paciente genera incertidumbre y angustia.

“Buenas tardes, ¿hablo con la paciente Tatiana Andia?” Así comenzó el intercambio que tuve esta semana con una funcionaria de una clínica oncológica en Bogotá. Aún no termino de interiorizar mi nueva identidad como “paciente”, pero esa palabra me dio a entender inmediatamente que se trataba de una llamada asociada al cáncer que me diagnosticaron a finales del año pasado. Las llamadas cancerígenas aún me ponen nerviosa y el ambiente de incertidumbre del sistema de salud contribuye a ese nerviosismo.

Rápidamente repasé mis mayores miedos. El principal es que no haya disponibilidad de mi medicamento (una quimio oral y dirigida que me ha funcionado muy bien). Ese medicamento es el único indicado en mi tipo de cáncer, no tiene competidores y es costoso (aunque no tanto como otros tratamientos oncológicos). Pero más que una tecnología en salud, para mí, como para muchos pacientes con condiciones similares, se ha convertido en la pequeña distancia entre la vida y la muerte.

La llamada no se trataba de eso, pero sí de algo que no había contemplado y que me causó un inmediato vacío en el estómago. “La EPS ha decidido trasladar a todos sus pacientes oncológicos a esta clínica”, continuó la mujer en el teléfono. “¿Cómo?” reviré. Así, de repente, me imaginé visitando un espacio distinto al del que ya considero mi hospital (el Cancerológico) y conociendo a un nuevo oncólogo, distinto a la persona que me ha abrazado en los momentos más difíciles de esta nueva vida, mi oncóloga, Andrea. 

Una decisión de alguien en un escritorio en algún lugar me cayó encima así, de repente. Me sentí impotente y a pesar de formular varias preguntas a las que la mujer en el teléfono no podía responder, no tuve más remedio que acceder a agendar una cita que se avizora como un empezar de cero.

Llevo muchos años estudiando sistemas de salud y entiendo las razones de cambios como éste. Mejores condiciones contractuales con la clínica X que con la clínica Y, un mejor precio por exámenes y procedimientos si se genera el volumen suficiente de pacientes en una sola clínica, versus dispersarlos por clínicas en toda la ciudad, entre otras. Pero nunca había tenido que vivir el resultado final de una decisión que puede ser, y en este caso espero que lo sea, eficiente.

Las decisiones que buscan optimizar el uso de los recursos en salud manteniendo la calidad son deseables, pero muchas veces el resultado final para el paciente genera incertidumbre y angustia e implica la pérdida y reconstrucción de las relaciones humanas que naturalmente están involucradas en la prestación de servicios de salud. 

Es en gran medida por decisiones como esta y unas mucho más dolorosas e inexplicables cuando se experimentan “desde abajo”, que las EPS cargan con tan mala reputación y están en vía de extinción. La pregunta es hasta qué punto se pueden tomar decisiones en salud “desde arriba”, con visión poblacional, que no afecten, muchas veces negativamente, el delicado balance en el que viven, o vivimos, los pacientes. Esa pregunta es la que deben hacerse los líderes del sector salud de este gobierno y los interventores de EPS. El balón está ahora en su cancha y cada paciente está esperando el sueño que ustedes le prometieron. No es nada menor esa tarea.

Por: Tatiana Andia,
Profesora de la Universidad de los Andes.

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