¿Por qué Latinoamérica está eligiendo Presidentes que se ven como teóricos que el mundo necesita para liderar una revolución, y no como funcionarios que deben solucionar los problemas de su país?
La semana pasada, el presidente de Argentina, Javier Milei, visitó el Silicon Valley. La agenda de su visita incluyó una charla en la Universidad de Stanford, organizada por la Escuela de Negocios y la Institución Hoover.
Fue una charla peculiar. Para empezar, el ambiente alrededor de ella parecía más el de un concierto de rock que el de un evento en una universidad. Aunque era abierta a todos los miembros de la Universidad, fue escasamente publicitada. A pesar de esto, y de que era necesario confirmar la asistencia con varios días de antelación, una hora antes de empezar la charla ya había una fila de varias decenas de personas fuera del auditorio ansiosas por entrar. Buena parte de los asistentes eran jóvenes visiblemente emocionados de ver al Presidente Milei. El único evento que puedo recordar en la Universidad con un ambiente equivalente fue la visita de Barack Obama en 2022.
El evento no tuvo mayor protocolo. Comenzó, muy puntualmente, a las nueve y media con una brevísima presentación de Milei por Codolezza Rice, la directora de la Institución Hoover. Condolezza lo describió como un profesor de economía que ahora resultaba ser el presidente de Argentina. Y fue como un profesor de economía que Milei dio su charla. A pesar de seguir un tono ligero y simpático, ofreció un discurso completamente teórico y relativamente técnico, en el que criticaba a la teoría económica dominante—i.e. la teoría neoclásica.
Su tesis fundamental era sencilla: las fallas de mercado no existen y los economistas que justifican la intervención del Estado como una respuesta a aquellas fallas solo generan males. Los argumentos que soportaban su tesis tampoco eran muy complicados, el principal de ellos era la identificación de que la economía del bienestar se basaba en supuestos de rendimientos decrecientes en contextos de equilibrio parcial y estático. En otras palabras, Milei argumentó que la idea de que los mercados pueden generar resultados ineficientes proviene de una incapacidad de la teoría neoclásica para reconocer que un mercado donde existen rendimientos crecientes—i.e. donde la productividad crece con la escala de la producción—crea dinámicas favorables en otros mercados en el largo plazo.
Independientemente de qué tan innovador, sofisticado o robusto haya sido el argumento de Milei, su mensaje fue recibido de forma muy favorable por la audiencia. Su charla fue interrumpida varias veces por series de aplausos espontáneos y, al terminar, recibió una ovación de pie de todo el auditorio. Esto no debe sorprender. La Institución Hoover es uno de los centros de pensamiento liberal más influyentes del mundo—nombres como los de Margaret Thatcher, Ronald Reagan, y Friedrich Hayek se encuentran entre sus miembros honorarios. Así, incluso en ausencia de los grupos de jóvenes entusiastas de Milei, este era ya un recinto particularmente amable al mensaje de menor intervención estatal que el Presidente traía.
A pesar de esto, hubo cierta insatisfacción con el hecho de que el Presidente Milei no hubiera hecho mayor referencia a Argentina. Y esto es algo que me hizo recordar la visita, hace poco más de un año, del presidente de Colombia, Gustavo Petro. Aquel, en su momento, también dio un discurso completamente teórico con un mensaje radical, en el que criticaba la economía neoclásica para concluir que todo el sistema económico y político mundial era defectuoso. Al igual que Milei, esto lo hizo sin mencionar una sola cifra o hacer referencia alguna a la nación que gobernaba.
Con esto, resulta inevitable no preguntarse ¿Por qué los latinoamericanos estamos eligiendo a este tipo de presidentes? Personas que se ven a sí mismas como teóricos que el mundo necesita para liderar una revolución profunda y no como funcionarios que deben solucionar los problemas concretos de sus países.
Y aunque inevitable, siento que esta pregunta es bastante menos interesante de lo que parece. Claramente estos dos presidentes contrastan con el prototipo de la generación previa de líderes de la región—los Cardoso, Uribe, Piñera, Bachelet, o Santos—quienes uno podría catalogar como ejecutores, más que pensadores. Sin embargo, Milei y Petro se parecen mucho a la vieja tradición de líderes de la región. Buena parte de los gobernantes del siglo XIX y XX en Latinoamérica eran una suerte de filósofos o letrados generalistas. Quizá, entonces, estamos retornando a nuestra tendencia de largo plazo.
Y esto es bastante consistente con nuestra cultura dicharachera y el sesgo humanista de nuestro capital humano—e.g. piensen en cómo las pruebas PISA muestran que los países latinoamericanos son bastante mejores en lectura que en matemáticas, o cómo nuestros premios Nobel son primordialmente de literatura y paz y no de ciencias.
Entonces, quizá Milei y Petro no son esas creaturas extrañas que pensamos. Quizá son bastante más parecidas al argentino y al colombiano promedio de lo que creemos. O quizá, simplemente, han identificado lo que nunca hemos dejado de anhelar: virtuosismo narrativo más que precisión fáctica.
Y aunque esto parezca una conclusión trágica, creo que contiene la única fuente realista de esperanza política para la región. Los extremos ideológicos han eclipsado completamente a las alternativas de centro, las cuales se han entregado al credo de la evidencia, basando su identidad en el ethos tecnocrático, y olvidando que, en la región, “el relato siempre matará al dato.” La esperanza está en que esas alternativas abandonen la comodidad intelectual de los eslóganes de “políticas basadas en evidencia” y se tiren al pantano de la competencia por construir la narrativa que nuestras sociedades exigen.
Por: Javier Mejía Cubillos*
*El autor es Asociado Postdoctoral en el departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Stanford. Ph.D. en Economía de la Universidad de Los Andes. Ha sido investigador y profesor de la Universidad de Nueva York–Abu Dhabi e investigador visitante de la Universidad de Burdeos.
Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia.
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