La economía que hoy domina el mundo ha hecho que las personas pierdan perspectiva sobre la diferencia entre el valor y el precio de algo. ¿Por qué?
Para distinguir “valor” de “precio”, definamos el primero como el “componente esencial para asumir una existencia digna, a fin de cubrir todas las exigencias vitales, físicas y síquicas, que permiten enriquecer con sinceridad las relaciones humanas basadas en la fraternidad, y que quizás sean el camino para hallar la felicidad o, al menos, la concordia”. Por su parte, el “precio” es apenas la asignación monetaria para un producto o servicio desde el interés comercial o materialista.
A pesar de ello, la economía que hoy domina al mundo ha llevado a que se usen esos términos de modo indistinto: “¿Cuánto vale ese automóvil?”, “dame el precio de tus servicios”, “esas tierras no valen nada”, “te vendo la empresa al precio del mercado”. Pero, aquí diferenciamos estos asuntos para que se comprenda cómo aquello que tiene valor jamás podrá tener precio; y si tiene un precio, se perderá todo el valor.
Empecemos por una de las necesidades vitales del ser humano: el amor. En una relación de pareja, por ejemplo, cuando a este se le pone precio, desaparece. A veces, se reemplaza por un mamarracho elegante que contrae un matrimonio, obligado por la farsa social, o por una conveniencia metalizada o política. En tales casos, sí habrá precios: por alquilar un salón de recepciones o una limusina, contratar a unos camareros (esos que cambian propinas por licor), adornar los espacios con bellísimas flores (como si fueran culpables), preparar una cena, reservar habitaciones en un hotel de lujo, comprar tiquetes aéreos en primera clase o mandar a imprimir unas invitaciones cuidadosas (casi siempre, cursis). También puede ser la expectativa por una jugosa herencia o una próxima partición de bienes. A todo ello, por supuesto, se le asigna un precio; pero, si no hay amor, no entraña ningún valor. Es más: ese “amor” mediado por el dinero se llama prostitución, otra clase negocio.
El afecto es un valor esencial. La mayoría de las adicciones, en realidad, aparecen porque quiere suplirse la carencia o ausencia del amor. Aunque sea toda una falsedad, el remedo de un sentimiento se acepta si disminuye los dolores emocionales; es un placebo, que se arraiga cuanto más profunda sea la tumba de la autoestima. Además, si los sepultureros son la humillación, las joyas, el maltrato, los trajes espléndidos, la indiferencia, los automóviles lujosos y la grosería, todos mezclados, pues cada víctima pasará por este mundo sin saber que la estatura de un ser humano solo se mide con el altruismo.
Hubo tiempos en que solo se decía amar a Dios, a la familia, a los amigos… Ahora, dizque se “aman” también los productos de consumo masivo, el fútbol o los autos ostentosos. Otros dicen amar el dinero, pero eso no es amor, sino codicia. Tanto se ha rebajado el concepto de amor, que recordar a Jorge Luis Borges es muy oportuno: “Es tan triste el amor a las cosas; las cosas no saben que uno existe”.
Muchas más experiencias permiten distinguir el valor del precio. En vez de haber encontrado frutos nutritivos para sobrevivir, ¿de qué les habría servido una tonelada de oro a los cuatro niños extraviados durante más de 40 días en medio de la selva amazónica colombiana en 2023? Esa es una prueba contundente de que muchas materias no son vitales, sin importar su peso o cantidad: el mayor valor de un ser humano es la vida, y eso no debe tener precio. Sin embargo, los sicarios, con toda seguridad, opinan distinto, así como los criminales dedicados a la trata de personas y otro tipo de sujetos, que dejo a la imaginación de los lectores perspicaces.
Las artimañas del mercadeo se renuevan, y cada día son más efectivas, sobre todo porque a mucha gente le falta ilustración, sentido crítico y lleva la tonta idea de creer que los demás valen por el saldo bancario o los atuendos de moda, así sean ridículos. Por supuesto: confunden “valor” con “precio”. Así le pasa en un restaurante a un cliente, que también se come el cuento de que sus cualidades han impresionado a los meseros y a los dueños de ese establecimiento, porque recibe todas las atenciones acarameladas posibles; pero el muy ingenuo ignora que solo se fijaron en sus prendas costosas, el auto de lujo y la variedad de tarjetas de crédito: él no vale nada para ellos; “vale” su dinero. En efecto: se ha cambiado la expresión “hipocresía” por “atención al cliente”. Escenas parecidas ya son corrientes, debido a que el fariseísmo alcanza la cima cuando la afectación es espontánea y habitual.
Ayudaría mucho a esta reflexión considerar con detalle si las relaciones humanas en realidad se basan en el precio que nos fijan los demás o en cuánto valoran nuestra amistad, nuestro trato frecuente, con el único interés por compartir un momento de alegría y enriquecer mutuamente las apreciaciones ante la existencia. Quizás este último cuestionamiento parezca idealista, pero también es posible que sea el único camino para reducir la depredación de una turba mundial de hienas insaciables que se mordisquean entre sí, a pesar de que algunas ya no sienten hambre y son las que más amputan las esperanzas ajenas. Que disculpen esta comparación las hienas si algún día la entienden.
Otro valor que ha sido contaminado es la amistad. Hoy le dicen “amigo” apenas a un conocido y en un medio donde solo importan los precios y la lucha por el poder. Sin embargo, quien crea que tiene amigos en el mundo de los negocios o de la política, no sabe nada de negocios ni de política. Ni de amigos.
Por: Jairo Valderrama*
*El autor es Doctor en Ciencias de la Información de la Universidad Austral (Argentina) y profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de la Sabana (Colombia).
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