Para las comunidades ancestrales la economía del conocimiento no es solo un modelo económico, es un sistema que atrapa su conocimiento y tradición. ¿Qué pasa entonces cuando este conocimiento se apropia y explota?

La economía del conocimiento es una forma de economía en la que el valor proviene principalmente del saber, la información y la creatividad. Este modelo económico, aunque prometedor en muchos aspectos, también presenta desafíos significativos, especialmente para las comunidades étnicas. En este sentido, específicamente las comunidades negras y afrodescendientes poseen un patrimonio cultural invaluable, lleno de conocimientos ancestrales, tradiciones y prácticas innovadoras que han enriquecido no solo sus propias vidas, sino también la cultura de un país como Colombia. Ejemplos de esto son el viche, la manteca negrita y los diseños étnicos indígenas.

Sin embargo, para estas comunidades, la economía del conocimiento no se trata solo de un modelo económico. En la actualidad, es un sistema que las atrapa en dinámicas de apropiación y explotación de su conocimiento sin que ellas necesariamente participen de ello o se vean retribuidas por su uso. Este desequilibrio subraya la necesidad de reconocer y proteger los conocimientos tradicionales y culturales que las comunidades negras y afrocolombianas aportan a la sociedad.

Es un sistema en donde las grandes empresas, personas poderosas o empresarios toman y usan los conocimientos y saberes tradicionales de las comunidades negras e indígenas para ganar dinero. Esto tiene un gran impacto en ellas, en su identidad e integridad cultural, porque les quitan sus conocimientos y no les reconocen ni les dan beneficios por ellos. Las industrias culturales y creativas a menudo se apropian de elementos culturales (moda, música, arte, medicina tradicional, imágenes, entre otras) sin reconocer ni remunerar  justamente a las comunidades que lo generan. Lo que no solo perpetúa las desigualdades étnico-raciales, sino que también distorsiona y banaliza las culturas y conocimientos tradicionales.

En estos escenarios, el acceso a una educación de calidad y a oportunidades de aprendizaje continuo es crucial. Sin embargo, las comunidades negras y afrocolombianas a menudo enfrentan barreras significativas en este ámbito. La falta de recursos educativos adecuados, la discriminación sistémica en instituciones educativas, modelos pedagógicos que no incluyen la creatividad basada en sus propias formas de vida cultural y tradicional, así como la exclusión de redes de conocimiento, perpetúan una brecha educativa. Esta desigualdad limita la capacidad de estas comunidades para participar en la economía del conocimiento y beneficiarse de ella. La escasez de experticia tecnológica y recursos financieros inhibe la capacidad de las comunidades negras y afrocolombianas para proteger su conocimiento y prevenir que sea explotado. El problema es que muchas grandes compañías tienen la capacidad tecnológica para apropiarse y desarrollar innovaciones basadas en el conocimiento tradicional. El riesgo del conocimiento tradicional no documentado es que está disponible al dominio público y puede ser utilizado y aplicado por cualquier grupo que tenga los medios.

En países como Colombia, el desarrollo tecnológico y las innovaciones tienden a centrarse en las necesidades y perspectivas de los grupos dominantes, excluyendos a las comunidades racializadas. Un ejemplo es la Manteca Negrita, un producto de cuidado personal tradicionalmente elaborado y utilizado por la comunidad palenquerea en el departamento de Bolivar en Colombia. A medida que el producto de cuidado personal basado en ingredientes naturales gana popularidad, las grandes empresas suelen apropiarse de estos conocimientos tomando ventaja a las comunidades que originaron la manifestación cultural, como denunciaron las comunidades palenqueras hace algunos días el presunto proceder de la empresa antioqueña Ponto Hair Club.

Otro ejemplo es el caso del viche, una bebida ancestral de las comunidades negras del Pacífico de Colombia. Al igual que la Manteca Negrita, y como lo he reiterado en varias de mis columnas, a medida que fue ganando popularidad en el mercado nacional, las empresas de la industria licorera y gastronómica en Colombia son quienes se benefician de su venta en el mercado. La apropiación cultural en este contexto no es solo una cuestión de uso indebido, de vulneración de derechos, sino de explotación económica y control de recursos materiales y culturales que históricamente pertenecen a las comunidades étnicas. Una extensión más de las relaciones de explotación económica que caracterizan el racismo sistémico. Escenarios como el decomiso del viche a las comunidades, mientras que en manos de empresas blancas se comercializa y se premia internacionalmente, son claros ejemplos de la injusticia.

Ahora bien, ¿dónde se discuten las cuestiones del impacto de los sistemas de economía del conocimiento y de apropiación cultural y cuál es el papel de los estados, especialmente cuando parece haber una falta de control desde el ámbito empresarial y una escasa agenda en los estados multiétnicos para abordar estos temas? ¿Acaso en la Organización Mundial de Propiedad Intelectual o en la UNESCO son las instancias encargadas de pensar la solución a esta problemática? En muchos estados como Colombia, las políticas públicas tienden a centrarse en cuestiones económicas y de seguridad, relegando la protección del patrimonio cultural a un segundo plano. No obstante, frente a estos hechos, las comunidades se ven obligadas a buscar la protección del Estado, que al mismo tiempo permite por acción u omisión que sus conocimientos sean apropiados por sectores empresariales. Lo que sí es cierto es que los sistemas de mercados basados en el conocimiento y la apropiación cultural que en muchos casos vienen inmersos en ellos, más que fenómenos, son más bien síntomas de un problema más profundo y estructural: la desigualdad sistémica y la falta de reconocimiento y respeto hacia las comunidades negras e indígenas.

La intención de esta columna, más que un diagnóstico de lo que no está bien en estos sistemas de mercado, es un llamado de atención a los líderes étnicos que hoy en día están luchando por cambiar las dinámicas de pobreza en sus territorios desde sus formas de conocimiento y cultura. Esperar que los estados formulen escenarios de participación en la toma de decisiones que definan las políticas de distribución económica y que contengan incentivos para garantizar fuentes de educación e innovación basadas en la cultura y creatividad generadas en los territorios étnicos, implica cambiar lógicas y sistemas  que aún estamos lejos de modificar. Sin embargo, podemos seguir construyendo soluciones colectivas de lucha y resistencia, fortaleciendo la organización comunitaria y demandando justicia y equidad para proteger y valorar nuestro patrimonio cultural.

La clave está en la unidad y en la defensa efectiva de nuestros derechos y conocimientos ancestrales desde formas asociativas colectivas. Solo así podemos caminar hacia un futuro donde las comunidades afrodescendientes sean protagonistas de su propio desarrollo y donde su patrimonio cultural sea reconocido y respetado. Pronto tendremos en Colombia la COP 16; ojalá en este espacio de discusión se pueda garantizar la participación y liderazgo  de las comunidades étnicas que por años han generado un sinnúmero de conocimientos e innovaciones ambientales que no solo han hecho resistencia al cambio climático, sino que también han aportado al avance del desarrollo económico de los estados desde las innovaciones ambientales basadas en conocimientos tradicionales.

Por: Audrey Mena*
*La autora es es abogada con maestría de la Universidad de Notre Dame y doctora en derecho de la Universidad del Rosario, con experiencia en temas de derechos étnicos colectivos y derechos culturales. Actualmente es la directora general adjunta de ILEX Acción Jurídica.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia.

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