La realidad actual de la industria de licores exige una elevada inversión de capital para tecnificación industrial. La estructura de monopolio de la industria de licores colombiana está impidiendo la expansión del ron y el aguardiente. ¿Por qué?

La industria global de licores responde con grandes inversiones en modernización a los cambios en los hábitos de consumo originados desde principios del siglo XXI. Factores como la mayor conciencia sobre la salud y cambios generacionales han llevado a una sofisticación del sector de las bebidas destiladas.

Las nuevas generaciones priorizan la calidad y buscan experiencias únicas con sabores innovadores, impulsando la demanda de licores de alta gama, caracterizados por su sabor refinado y elaboración tecnificada. Según Data Bridge Market Research, el mercado mundial de bebidas destiladas alcanzó los 72,22 mil millones de dólares en 2023, y se proyecta que crecerá a 199,74 mil millones de dólares para 2031, con una tasa anual del 13,56%.

Esta realidad exige una elevada inversión de capital para investigación, desarrollo, tecnificación industrial y canales de promoción y distribución. Así, el desarrollo global de la industria de licores está liderado por grandes jugadores privados, que han adaptado bebidas tradicionales a la demanda actual, propiciado simultáneamente una expansión trascendental de sus ventas.

El tequila, por ejemplo, ganó popularidad internacional cuando las multinacionales comenzaron a producirlo y comercializarlo. La inversión y el mercadeo de grandes empresas privadas, junto con la introducción de marcas premium, ampliaron su alcance global mientras se preservaba la producción de origen como credencial de calidad.

En contraste, la estructura monopólica de la industria de licores colombiana restringe la expansión internacional del aguardiente y el ron colombiano. La Ley 1816 de 2016 otorga a los departamentos un monopolio sobre la producción de licores destilados, tradición que se remonta a la época colonial. El gobierno español de la Nueva Granada asumió el monopolio de la producción y venta del aguardiente y desde entonces el Estado ha mantenido el control sobre esa industria. 

En el siglo pasado, casi todos los departamentos tenían fábricas de licores, pero solo siete han logrado sostenerse económicamente. Antioquia, Valle, Caldas y Cundinamarca concentran la mayoría del volumen de ventas, con una participación mínima de Cauca, Tolima y Boyacá. 

Estas empresas, respaldadas por la tradición de consumo y su licencia monopólica, se enfocan en el mercado local. De acuerdo con la Asociación Colombiana de Industrias Licoreras (ACIL), en 2023 las exportaciones representaron solo el 6% de la producción del sector. Estas exportaciones se dirigen principalmente al mercado de la nostalgia de colombianos en el exterior, sin integrarse a los modelos de distribución global.

Es evidente que el monopolio ha brindado recursos importantes a los departamentos. En 2023, las ventas de las cuatro empresas líderes fueron de 1,4 billones de pesos, y transfirieron 340.446 millones de pesos a los departamentos para la inversión en salud y educación. Sin embargo, la destinación específica de las utilidades limita considerablemente la capitalización de las empresas al nivel exigido por el mercado mundial.

Sin competitividad, ni la tradición ni el monopolio evitarán un debilitamiento económico frente a los fuertes competidores internacionales que amenazan incluso el mercado local. Es fundamental para Colombia preservar esta industria, que genera significativas rentas para los departamentos y numerosos empleos.

No obstante, para asegurar su perdurabilidad, es imprescindible subirse a las tendencias globales predominantes. La participación del capital privado, con su capacidad para financiar el costoso desarrollo exigido por la evolución de los patrones de consumo, será fundamental en este proceso.

El escenario ideal es aquel en el que la normativa permita la venta de estas empresas a privados o posibilite fusiones estratégicas con actores clave de la industria. Esto no solo generaría ingresos significativos que podrían ser reinvertidos en sectores estratégicos como energía, sino que también diversificaría los activos productivos. Adicionalmente, un modelo mixto que contemple la inclusión de socios privados podría facilitar la expansión de las empresas, aumentando las rentas departamentales por el incremento en el volumen de ventas y creando más empleos.

Es crucial abandonar la anestésica zona de comodidad, donde las rentas permanentes pero vulnerables y casi insostenibles a largo plazo mantienen a la industria nacional al margen de un huracán que inevitablemente la arrasará. Mientras tanto, emulando la discordia de la Patria Boba, la industria se desgasta en controversias sobre la comercialización de un aguardiente amarillo.

Aún es posible dar un paso audaz que permita a la industria licorera nacional dar el salto estratégico de la colonia a la modernidad. Este avance hacia la competitividad generaría un impacto social y económico de gran alcance para el país.

Por: Iván Darío Arroyave*
*El autor es consultor empresarial. Se ha desempeñado como presidente de la Bolsa Mercantil de Colombia, decano de postgrados de la Universidad EIA, director de posgrados en finanzas de la Universidad de la Sabana y consultor del Banco mundial. 

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia

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