Hay una línea delgada entre ser interesante y sonar arrogante, y en el ámbito empresarial esa línea se hace cada vez más invisible. ¿Qué error están cometiendo los empresarios?
El lenguaje de cada quien traza el perfil de sí mismo: es inevitable. El ser humano no puede no comunicarse, y aun el silencio es un recurso comunicativo para mostrar indiferencia, odio, sordera, pesadumbre, risa contenida, entre otras manifestaciones. Se envían mensajes también con otras expresiones: la decoración de la casa o el apartamento, el vestuario, el gusto musical, la risa, los movimientos corporales, los gestos, el tipo de amistades, la profesión o el oficio, la clase de comida, el automóvil y la manera de conducir, el baile, los ambientes de diversión o descanso, etc.
Sin embargo, el lenguaje oral es el más reiterado y, al tiempo, el más efectivo para determinar las características de una persona. No son solo las palabras pronunciadas, sino la carga sonora y emocional la que añade un sentido original a cada idea. En eso se sustenta el valor profundo de una conversación, y ojalá frente a frente. Aunque parezca que solo atendemos a un contenido, siempre recogemos las formas, es decir el cómo. La gente siempre dice más de lo que cree; todo es cuestión de ser perceptivos y leer el mensaje de un interlocutor en los códigos involuntarios que expone. Un dato relevante: en una charla, los gestos llevan cerca del 80% de la información. De ahí la estrechez lingüística que provocan los nuevos medios de incomunicación.
Ahora, centrándonos en el ámbito empresarial, predominan desde hace varios años muchos usos estrambóticos y apresurados del lenguaje. Al parecer, pocos lo han notado, porque cada día aumentan los usuarios de tanto desatino. Fingiendo cierto aire de sabiduría, apenas producen humo o un sucio vapor contaminante, porque, sin que lo noten, estos fatuos creen que con sus maneras imitadas suben varias escalas sociales: aún no distinguen apariencia de esencia: “¡No te lo puedes perder!”. ¿Por qué alguien (o muchas personas) no puede perdérselo? Más parece una imposición que una oferta.
Sin que agotemos esta relación, veamos algunos ejemplos. Para empezar, en los sectores populares extraña que, cuando se solicita una galleta en cualquier panadería, a veces respondan: “no manejamos galletería”, en reemplazo del simple “no vendemos galletas”. Otro caso muy colombiano y fastidioso es el “regalar”, inoculado hace tiempo en muchos acuerdos de compra y venta, como si en el mercado se dejara de pagar por un producto o un servicio; la tal palabreja también se derrama de manera inconsciente en cualquier cafetería de barrio o en un hotel de cinco estrellas (¡ojalá regalaran la cuenta en un hotel de lujo!). Debido a ese petulante modo, muchos compatriotas han tenido que precisar su lenguaje cuando en otras naciones hispanohablantes les aclaran que allá “no se regala nada”, que debe pagarse.
Puede medirse también la indigencia del vocabulario de un interlocutor al contar las veces en que usa “tema”. Intenten ese ejercicio. Se sabe que el lenguaje oral es espontáneo y eso refleja mayor autenticidad de quien acude a este; pero, cuando solo surge a cada momento el “tema”, porque los términos precisos para exponer una idea se han disuelto o nunca han llegado, ya está claro que hay un padecimiento crónico de la “temitis”.
De otra parte, como resultado de la forzada moda del “emprendimiento”, ya no se vende, sino que “se brinda una experiencia”. Pocos caen en la cuenta de que, mientras alguien viva, debe asumir experiencias, quiera o no quiera; no hay opción, y no se necesita que nadie brinde una. A esa perla expresiva, se suma la adulterada frase “los estamos invitando”, cuando la intención es que la gente pague. ¡Vaya invitaciones las de estos tiempos!
En estas dimensiones empresariales, el esnobismo sigue siendo el tirano que se aferra a su trono. ¿Han escuchado “cero estrés”, “cero licor”, “cero lluvia”, etc., siendo más sencillo “sin estrés”, “sin licor” y “sin lluvia”? ¿Qué opinan de “aperturar”, sobre todo de “aperturen la ventana que hace mucho calor”? Frente a esos casos, hay que mirar hacia atrás: la ridiculez puede venir detrás para contagiarnos.
A los escritorios y recepciones, también ha llegado el engreimiento. “Me recuerda su nombre, por favor”, solicita una secretaria o un asistente de cualquier compañía. Y quien escucha tiene claro que nunca le ha dado su nombre a quien requiere ese dato; por tanto, el interesado no pretende recordar, sino saber ese nombre. Casi siempre es el mismo sujeto que afirma haber “recepcionado” la correspondencia o un mensaje, desconociendo que solo recepcionan los radios o televisores. Y a esa jactancia le gana el sencillo verbo “recibir”, que no es una grosería. Tampoco es difícil decir y escribir “enlace” o “vínculo” en lugar del trillado “link”.
Además, les encanta omitir los artículos en muchos sustantivos, tomando por elegancia lo que solo es soberbia: “Vamos a tesorería”, “el equipo estuvo en Copa”, “lleva los documentos a recepción”, siendo tan sensatas las frases “vamos a la tesorería”, “el equipo estuvo en la Copa” y “lleva los documentos a la recepción”. Con ellos, está algún directivo fanfarrón ante una junta de socios: “Tuvimos la oportunidad de firmar un acuerdo”; el problema es que no aclara si se firmó el tal acuerdo o solo tuvieron (él y otros) la oportunidad de firmarlo, porque, frente a muchas oportunidades, no siempre estas se aprovechan. Y la solución es muy fácil: “¡Firmamos un acuerdo!”. Y ya está.
En otros casos, cuando quieren referirse a un ámbito, espacio, círculo, lugar, campo, entorno, contexto (noten la cantidad de posibilidades), entonces un advenedizo coordinador acude al machacado “a nivel de…”, expresión que alude a la verticalidad (de arriba abajo o a la inversa). Y aparece la memez: “a nivel de materia prima hemos tenido inconvenientes”, “el mercado se mueve a nivel Colombia”. Si este coordinador supiera que la sencillez es una virtud, solo diría: “No hemos podido comprar la materia prima”. Y respecto “a nivel Colombia”, sería muy útil conocer la topografía del país, porque allí hay llanuras, nevados, selvas, páramos, montañas, mesetas, playas, etc., y se cuenta con una multiplicidad de altitudes. Y tan simple y claro que es: “En Colombia”.
El fafarachero ahora llama “colaborador” al empleado o trabajador; colaborador es solo el vecino que presta una herramienta y no necesita un contrato legal para ello. Y para no ser excluido del artificio social y laboral, el mismo arrogante usa “resiliencia”, “empatía”, “repensar”, “importante”, “realizar”… Prefiere “problemática” a “problema”, “planificación” a “plan”, “traumatización” a “trauma”, “durabilidad” a “duración”, etc.
Todavía muchas personas asumen como correcto aquello que está muy extendido. El empleado neófito, no bien ha firmado su primer contrato de trabajo, empieza a imitar esos estilos y, sin darse cuenta, de buenas a primeras aparece contagiado de unas palabras que ni siquiera entiende.
Con “cancelar” y “pagar” se genera una ambigüedad. Un barman quedará muy confundido si alguien le dice: “Cancelo los cinco cocteles que antes le solicité”. ¿Significa que ya no desea los cocteles o que pretende pagar por estos? El problema está en que “cancelar” también significa “derogar”, “anular”, “renunciar”, “abolir” … La distinción o la elegancia no se da por decir “cancelar” en vez de “pagar”, y “pagar” tampoco es una grosería.
Confiemos en que algún día comprendan que “la sencillez llevada al extremo se convierte en elegancia”.
Por: Jairo Valderrama*
*El autor es Doctor en Ciencias de la Información de la Universidad Austral (Argentina) y profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de la Sabana (Colombia).
Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia.
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