¿Todos deben participar en las tradiciones navideñas? El grinch reivindica el derecho a elegir si se quiere o no hacer parte de estas festividades. Y nadie puede criticarlo.

Las conductas masificadas no deben imponerse a quienes han decidido apartarse de estas. Así como es inaceptable que las costumbres de los grupos minoritarios se rechacen por guardar ideas propias ante la vida, también será un atentado contra quienes, de manera individual, no quieren ser arrastrados para integrar en diciembre la estampida de los consumistas y derrochadores compulsivos, los devoradores de natilla y buñuelo, los espectadores de boca abierta y babeante ante las luces exageradas, y de los musicales patéticos y repetidos. 

Uno de los más grandes placeres de la existencia, para algunos, es la lectura diversa y de propuestas elevadas, pero ello es un argumento fallido si se trata de forzar a alguien para que adquiera ese hábito. Es necesario tener muy claro que el derecho a la ignorancia se respeta, y todo aquel que quiera ejercerlo cuenta con esa facultad, sin que importe la contradicción entre decir que aprecia el conocimiento y, al tiempo, rechazar la lectura. Por supuesto, la lectura habitual es la que permite encontrar con facilidad esa incoherencia.

De la misma manera, tampoco es adecuado calificar de “grinch” a quien se abstiene de participar en los ritos navideños, sobre todo cuando el sentido de esta palabra se refiere al aguafiestas, aburrido, malhumorado, amargado, y surgen de allí la sanción social, el estigma o la discriminación. El “grinch” al que nos referimos aquí (diferente a la versión de las películas) ni siquiera piensa en “robarse” la Navidad, ni mucho menos impedir que cada uno la disfrute como a bien tenga. Quizás es solo el niño que no quiere ser obligado a tomarse la sopa porque le parece de un sabor diferente a sus preferencias: por tanto, ¡solo tómesela el que quiera!

La palabra en cuestión parece que se deriva del francés, grincheux, que significa “gruñón”, que dio pie a la historia escrita en 1957 por el estadounidense Theodor Seuss Geisel, mejor conocido como Dr. Seuss. Luego, tomó más fuerza con las distintas versiones de la famosa película, transmitida cada año en diciembre.

Preocupa, eso sí, que, con ese insistente discurso del cine, se arraigue más en el imaginario social el arquetipo de que todos deben participar de las tradiciones navideñas. Los fieles cristianos, sin embargo, podrían considerar una muestra de la Palabra, que es la base de sus creencias: “El que no está contra nosotros, está a favor de nosotros”, dijo Jesús (Marcos 9:40). Y el “grinch” especial estará muy feliz si su familia, amigos y todos los habitantes del mundo disfrutan de esas costumbres si así lo quieren, pero a él, por favor, déjenlo dormir en paz.

Se argumenta también que con la Sentencia T-445/22 de la Corte Constitucional se defienden estas tradiciones: “… la identidad no puede entenderse como algo estático, pues responde a las interacciones de diferentes factores sociales, económicos, políticos y culturales”. En eso de las interacciones, es muy claro el derecho que les asiste a cada persona, como individuo, y a cada grupo humano, como colectivo, para expresarse con toda libertad. Después, se complementa: “Al valorar la identidad cultural, debe primar la realidad sobre las formalidades y, por tanto, se deben aplicar de manera ponderada”.

Con esta afirmación, se alude a las diversas manifestaciones culturales del país: indígenas, afrodescendientes, campesinas, caribeñas, andinas, etc. No obstante, la Navidad parece abarcarlas a todas, sin distinción alguna y con una fuerza que arrastra por esos días a todo aquel que se encuentre en el territorio nacional: a como dé lugar, todos tienen que ser una sola cultura. Hasta las pobres mascotas, como no pueden oponerse, se ven obligadas a soportar la ridiculez de sus amos cuando las visten con gorros rojos y aprietan sus cabezas con cuernos artificiales de renos.

En efecto, nada de formalidades: se impone la realidad, que, sin duda, es inducida. ¿Qué identidad habrá, por ejemplo, en Barranquilla, con 33º C en promedio, al exponer a un hombre gordo, muy blanco, de ojos azules y vestido para vivir a menos cuarenta grados Celsius en el Polo Norte? Se pasa por alto que la mayor parte de la población caribeña la conforman afros, mulatos y mestizos, añadiendo a los pueblos Wayuu, Kogi, Kankuamo, Sánha, Arahuaco, Yuko, Wiwa, Pacabuy, Chimila, Mokaná. ¡Vaya identidad navideña!

Acerca de la “ponderación”, sin embargo, se requiere definir ese término. Los excesos del comportamiento colectivo debe padecerlos el “grinch” especial sin el derecho a protestar: estruendos prolongados, regalos forzosos (además de inútiles y protocolarios), anarquía en el transporte, precios elevados, hacinamiento comercial, cuotas para novenas, décimas y undécimas… sin contar con que la codicia mercantil instala árboles navideños desde julio, porque sus intenciones no son la generosidad, la esperanza y la fraternidad, sino aumentar cuanto antes los saldos bancarios. Con toda nitidez, eso es una herejía.

La congoja del “grinch” especial crece porque le es difícil hallar a sus iguales, al menos para intercambiar el consuelo y la solidaridad ante el drama que afrontan: la autenticidad siempre ha sido escasa. Por eso, deben examinarse situaciones particulares: pertenecen a una religión indiferente a estas celebraciones, son ateos o agnósticos, tuvieron una crianza particular, sufren una pérdida emocional que coincide con estas fechas, viven muy lejos de sus seres queridos o, siendo listos, reconocen las trampas que, con el patetismo y la nostalgia, inyecta la publicidad engañosa.

A diferencia de muchos habituales navideños, los “grinch” especiales cultivan la prudencia y el respeto, sin dejar de ser ellos mismos: no adornan su ambiente, pero sí respetan a los demás y tienden a compartir algunas reuniones, como la de las velitas, los aguinaldos y el Año Nuevo, y algunos hasta cantan “tuturumaina” y todas esas vainas. Su desventaja es que se impone el discurso generalizado y sobrecargado con las emisiones mediáticas.

La situación es parecida en las bodas, cumpleaños, grados, aniversarios, etc. Por estos días, sin embargo, el sueño dorado del “grinch” especial es que, de una vez por todas, estemos a mediados de enero.

Por: Jairo Valderrama*
*El autor es Doctor en Ciencias de la Información de la Universidad Austral (Argentina) y profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de la Sabana (Colombia).

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia.

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