Los incendios han desatado polémicas relacionadas con la relación entre la crisis climática y las desigualdades estructurales y lógicas del sistema capitalista. ¿Por qué?
Recientemente, el devastador incendio en Los Ángeles desató no sólo llamas que consumieron hectáreas de vegetación y propiedades, sino también un acalorado debate sobre el uso de recursos en tiempos de crisis. Un tweet en particular encendió más la discusión: Keith Wasserman, un conocido inversor inmobiliario, solicitó abiertamente servicios de bomberos privados para proteger su propiedad en Pacific Palisades, ofreciendo pagar cualquier cantidad. Esta petición provocó una oleada de indignación en redes sociales, poniendo de manifiesto la relación entre la crisis climática, las desigualdades estructurales y las lógicas del sistema capitalista.
La crisis climática no es solo un fenómeno ambiental; también es un espejo de las inequidades inherentes al sistema global. Las relaciones de poder determinan quién sufre las peores consecuencias y quién puede protegerse, aunque sea temporalmente, de sus efectos. La contratación de servicios de emergencia privados ejemplifica esta dinámica: mientras muchas comunidades dependen de recursos públicos limitados para enfrentar desastres, aquellos con capital pueden asegurarse una protección personalizada, exacerbando la brecha entre privilegiados y vulnerables.
Sin embargo, el incendio también dejó claro que la crisis climática no discrimina. Las mansiones de los ultrarricos también se vieron amenazadas, recordándonos que el cambio climático afecta a todos. Pero esta aparente igualdad es engañosa: los costos de reconstrucción y adaptación no son los mismos para quienes poseen recursos ilimitados y para quienes viven al día.
El caso también expone una dinámica central del capitalismo: en un sistema donde el intercambio “libre” regula la distribución de bienes y servicios, quienes poseen mayor capital siempre tendrán acceso a recursos de mejor calidad. Esto genera indignación cuando se trata de bienes considerados esenciales o limitados, como el acceso a agua, alimentos o servicios de emergencia.
Un ejemplo reciente en Colombia ilustra este punto: Coca-Cola, amparada por una concesión en La Calera, utilizaba fuentes de agua en una comunidad que enfrentaba racionamiento. Este incidente provocó protestas y cuestionamientos sobre cómo se priorizan los recursos en contextos de escasez. Al igual que en el caso de los incendios en Los Ángeles, se plantea una pregunta fundamental: ¿qué mecanismos de gobernanza deben regir la asignación de recursos críticos en momentos de crisis?
Estos fenómenos de poder y desigualdad pueden entenderse como un “fractal”: se manifiestan desde relaciones particulares hasta la dinámica geopolítica global. En lo micro, vemos ejemplos como la contratación de bomberos privados o los búnkers de lujo que ultrarricos como Mark Zuckerberg han construido para protegerse de futuras crisis. En lo macro, observamos que los países del sur global, que históricamente han contribuido menos a las emisiones de carbono, son los que sufren los impactos más devastadores de la crisis climática. Estos países, a menudo carentes de los recursos necesarios para adaptarse, enfrentan una doble injusticia: soportar las peores consecuencias de una crisis que no causaron y carecer de voz en las decisiones globales sobre soluciones climáticas.
La gobernanza climática no debe depender exclusivamente del mercado. Los recursos esenciales, como agua, alimentos y servicios de emergencia cada vez más deberían ser regulados mediante criterios que prioricen la equidad y la sostenibilidad, especialmente en contextos de escasez. Esto es especialmente crítico en eventos climáticos extremos y cada vez es más necesario que esta conversación tome primicia en lo que se conoce como “slow onset events”, como la desertificación o el aumento del nivel del mar.
Una concepción de bienes comunes en momentos de mucha necesidad es intuitiva para muchos de nosotros, pero también es fundamental que miremos el otro lado de la moneda y comprendamos que la crisis ecológica es el resultado de billones de individuos que hemos sobrepasado los límites del planeta mediante nuestro consumismo y que la transformación hacia sistemas regenerativos significa volver a paradigmas de suficiencia y de consumir únicamente lo necesario para vivir bien. Pareciera hoy imposible que la brújula moral de la mayoría de la población vire hacia ese tipo de estándares mientras sigamos en un sistema económico que recompensa la acumulación, el crecimiento y el consumo. Tampoco parece posible ni deseable que haya una autoridad que dicte límites a nuestro consumo.
Un modelo alternativo podría basarse en la justicia climática, que reconoce las desigualdades preexistentes y busca garantizar que las comunidades más vulnerables tengan prioridad en la asignación de recursos. Además, es crucial incorporar principios de gobernanza participativa, permitiendo que las comunidades afectadas tomen decisiones sobre cómo gestionar sus recursos. Es imperativo reconocer que este enfoque implica una lucha de poder y que las clases más privilegiadas y sus organizaciones lo resistirán.
El incendio en Los Ángeles es una llamada de atención sobre los desequilibrios del sistema actual. Mientras el cambio climático se intensifica, también lo harán las desigualdades a menos que adoptemos enfoques más equitativos para manejar recursos finitos. ¿Estamos dispuestos a reconfigurar nuestras estructuras de poder y nuestros sistemas económicos para garantizar la supervivencia colectiva? La respuesta a esta pregunta definirá el futuro de nuestra civilización.
Por: Daniel Gutiérrez Patino*
*El autor es fundador de Saving The Amazon.
Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia.
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