Educar el pensamiento crítico sigue siendo la prioridad en toda sociedad. Quien tiene criterio, estará siempre pensando y decidiendo por sí mismo, esto es clave sobre todo en política. ¿Por qué?
Pocos entienden que son dominados y su vida es inducida cuando su conducta se repite al paso de los años de acuerdo con una ideología o una doctrina. Circunscribirse a las murallas de una creencia rígida cierra las puertas para que otras ideas alimenten la visión del mundo, y eso demuestra que se está dejando de pensar por sí mismo.
La tradición, heredada, por supuesto, ha renovado durante siglos esa cadena de afirmaciones o negaciones inamovibles que anquilosan a sociedades enteras y les impiden construir un discurso propio, derivado de la reflexión profunda y libre. Un gran indicio es cómo se copian las consignas baratas de los proselitistas embaucadores, sin entenderlas a profundidad y sin someterlas a una revisión siquiera del sentido común.
En Colombia, se escuchan palabras como “facho”, de un lado; “mamerto”, del otro; “tibio”, de más allá. Así estigmatizan al prójimo, al situarlo dentro de las escuadras que han establecido los postulados dominantes. Por eso, pensar distinto a esas herméticas opciones constituye un peligro frente a quienes imaginan que sus apreciaciones son las correctas, las que “deben ser”. Educar el pensamiento crítico sigue siendo la prioridad en toda sociedad.
No obstante, esos calificativos perfilan a los contradictores y, sin darse cuenta, también reflejan el extremismo de quienes los usan. Los clichés, los lemas y las falacias ideológicas se propagan con celeridad, y son acogidos, de uno y otro lado, como el hambriento (el ahuecado) que devora sin reparo cualquier bocado, sin notar que está descompuesto. Y quienes lanzan esos desechos pretenden eso mismo: que no se mastique, que no se saboree, que se trague entero, que no se piense.
Entonces, se machacan “castrochavista”, “uribista”, “petrista”, “paraco”, “guerrillo”, “narco”, “politiquero”, que se asignan de manera apresurada y hasta con una carga de calumnia y difamación contra el opinador reflexivo, solo porque este adopta una posición libre, propia, en medio del pozo de las pirañas de la intolerancia. Esos y otros rebosamientos pútridos, aparte de la política, van a cubrir también la religión y el fanatismo en el fútbol, los tres ámbitos en que se evidencian el radicalismo o, en pocos casos, el criterio para salir de allí y escoger la libertad.
Es desacertado decir que toda persona profesa una ideología, porque en la ideología un gran número de adeptos debe repetir y ejercitar una misma retahíla (el rebaño). En cambio, quien tiene criterio, estará siempre pensando y decidiendo por sí mismo; en materia política y moral, estará libre de estereotipos, prejuicios y estigmas, que son los carceleros del diálogo y el consenso. En el lado opuesto, hay afirmaciones en el vulgo que provocan lástima y que ratifican por qué es vulgo: “Biden es petrista”, “Uribe le pone velas al Diablo”, “Hitler vivió en Boyacá”, “un resentido con poder es peligroso”, “lleve tres y pague dos”, “en una dictadura, el pueblo elige con libertad”, “el petróleo no contamina”, “con este sahumerio, saldrá de la miseria”, “quedamos campeones: somos el mejor equipo”, etc. Un inmenso escritor, Fiodor Dostoievski, sintetizó este fenómeno: “El hombre que se miente a sí mismo y escucha su propia mentira llega a un punto en que no puede distinguir la verdad dentro de él y por tanto pierde todo respeto por sí mismo y por los demás”.
En esa mezcolanza especulativa, proliferan los “ismos” y los “istas”, como si fuese una obligación, al menos en Colombia, ser derechista, petrista, izquierdista, uribista, nazista, comunista, terraplanista, etc. Nada extrañará si también califican de adeptos al violinista, almacenista, pianista, fabulista, oficinista y hasta al cándido futbolista.
Para mantener a los seguidores y ganar otros, infinidad de discursos se contaminan con las mentiras, que son más efectivas si van revueltas con verdades a medias, como el vendedor estafador que solo muestra las frutas sanas para camuflar las podridas. Pero, desconcierta hondamente cómo incontables partidarios, inclusive enterándose después de ese profundo engaño, continúan apoyando (por ejemplo, con otro voto) a quien ha cometido crímenes imperdonables. Quizás, se deciden por las conveniencias personales y nunca por la sociedad: es el egoísmo natural por mantener sus privilegios. Acaso no veamos el mundo como es, sino como somos.
La reacción exasperada de algún lector frente a los puntos de vista expuestos aquí solo los reafirma. Desde otro panorama, se entiende también el desinterés de tantos agobiados por el engaño y la mentira; entonces, apenas se dedican a sobrevivir. Por eso, examinar desde otro enfoque las condiciones de Colombia quizás ayude a que la sensatez les gane al fanatismo y a la indiferencia, al menos una vez:
Con un puntaje de 54,8 en el coeficiente de Gini, Colombia se ubicó en el tercer país con mayor índice de desigualdad, por concepto de ingresos económicos, en el mundo, y posicionándose como el primero en el continente americano, siendo un escenario que subraya la urgencia de adoptar medidas efectivas para reducir las disparidades y promover una mayor equidad en la distribución del ingreso y las oportunidades económicas. De acuerdo con el reciente informe del Banco Mundial, solo Sudáfrica y Namibia superan al país en este listado, con 63 y 59,1 puntos, respectivamente.
Esos datos serían la oportunidad para analizar el país sin la prisión de una doctrina, el discurso acomodado de un jefe manipulador o las iguales versiones de los medios de información. La libertad empieza a experimentarse cuando, respetando a los demás, se configura un discernimiento propio, absolutamente esencial hoy, y más si la historia sigue evidenciando que Colombia padece un trauma psicosocial, en que la paranoia lleva a la dilución, exclusión o eliminación de quien piensa distinto.
Por: Jairo Valderrama*
*El autor es Doctor en Ciencias de la Información de la Universidad Austral (Argentina) y profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de la Sabana (Colombia).
Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia.
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