La realidad de Colombia en esta coyuntura arancelaria es que el país no tiene muchas cartas para jugar más que negociar con Estados Unidos. ¿Qué esperar?

En estos días de crisis arancelaria global abundan las hipótesis sobre lo que se espera para Colombia y lo que debería hacer. La realidad es que el país, aparte de buscar una buena negociación con Estados Unidos, no tiene muchas cartas para jugar en esta coyuntura, dada la fragilidad de su estructura exportadora, que se caracteriza por su alta concentración en pocos productos primarios, escasa diversificación en bienes con valor agregado y una marcada dependencia de unos pocos mercados. Esta vulnerabilidad deja a Colombia expuesta a los vaivenes del comercio internacional, como guerras comerciales, barreras arancelarias inesperadas o cambios súbitos en la demanda global, sin contar con una capacidad real de respuesta o adaptación efectiva.

Confiar en que Colombia pueda obtener ventajas relativas a partir de la asimetría arancelaria frente a otros países competidores en el mercado estadounidense es una expectativa débil desde el punto de vista estratégico. La política comercial que ha venido implementando Trump se ha caracterizado por una alta volatilidad y ausencia de criterios estables, lo que introduce una considerable dosis de incertidumbre. Un país que hoy enfrenta aranceles más altos que Colombia puede, de manera abrupta, pasar a estar en mejor posición mañana, sin que medien razones técnicas ni acuerdos previos. En este entorno de decisiones unilaterales y dinámicas comerciales impredecibles, cualquier expectativa basada en ventajas coyunturales resulta poco confiable y, en la práctica, difícilmente sostenible.

Tampoco es realista pensar que la solución a corto plazo pasa por redirigir rápidamente la producción hacia otros mercados. Se insiste en la necesidad de diversificar y abrir nuevas fronteras comerciales de forma inmediata, pero esa es una visión apresurada, ajena a la complejidad del comercio global. Los negocios internacionales no se construyen con la velocidad que exige la coyuntura. Basta con señalar que, en el caso de los productos agrícolas, los trámites de admisibilidad sanitaria pueden tomar varios años. 

Acceder a nuevos mercados requiere mucho más que voluntad política. Implica tiempo, inteligencia comercial, diplomacia económica activa, fortalecimiento institucional, certificaciones técnicas, estándares de calidad, adaptación normativa, infraestructura logística adecuada y una articulación público-privada eficiente. Hoy, buena parte de esas capacidades, sencillamente, no están listas, lo cual limita seriamente cualquier intento de reconversión acelerada.

La guerra global de aranceles que desató Trump nos encontró en una posición de desventaja estructural ampliamente diagnosticada desde hace varias décadas.

Al Analizar los datos de los últimos 10 años, reportados por Legiscomex, se evidencia que en ese periodo Colombia no ha diversificado su canasta exportadora, prácticamente la concentración de países y productos se mantiene estática.

El acumulado de exportaciones en estos 10 años muestran que el 47.64% de las exportaciones se concentran en 4 países: Estados Unidos (28.88%), Panamá (8.60%), India (5.37%) y China (4.79%). 

En 2024, los productos más exportados fueron el petróleo crudo (39,25 %), el carbón térmico (18,44 %), el oro (12,62 %), el café sin tostar ni descafeinar (10,95 %), las flores y capullos cortados (3,74 %) y el banano tipo Cavendish (3,46 %).

Colombia sigue repitiendo el mismo patrón, en el que firma tratados de libre comercio, pero continúa exportando materias primas e importando bienes con valor agregado. A pesar de contar con 18 acuerdos vigentes, incluyendo Estados Unidos, la Unión Europea, Corea del Sur y Canadá, los resultados en diversificación exportadora son pobres. Muchos TLC están subutilizados porque nunca se integraron a una estrategia productiva real. Todo parece indicar que no hubo planes sectoriales específicos, ni inteligencia de mercados, ni financiamiento a escala. En ese sentido, el tratado con Corea, firmado en 2013, ha tenido un aprovechamiento marginal. Con Canadá, a pesar de contar con un TLC desde 2011, el panorama es igualmente limitado. Ello hace evidente que el problema no es de acceso a mercados, es básicamente de estructura productiva.

Desde la campaña, el presidente Petro prometió romper con el modelo extractivo, reindustrializar el país y transformar la matriz exportadora. A casi tres años de gobierno, esa transformación no se vislumbra en lo más mínimo. El Plan Nacional de Desarrollo menciona cinco apuestas como la transición energética, la agroindustria, la bioeconomía, la salud y el turismo, pero no hay una estrategia industrial integral con metas, cronograma ni presupuesto. Existen líneas de crédito puntuales y beneficios tributarios limitados, pero no una política de incentivos con escala, foco ni articulación suficiente para movilizar inversión productiva. La iniciativa “Colombia Produce” quedó en un eslogan, sin convocatorias relevantes, sin cadenas de proveedores y sin desarrollo tecnológico asociado.

Tampoco se ha reactivado ProColombia como agencia estratégica, ni se han definido planes operativos para aprovechar sistémicamente los tratados de libre comercio vigentes. 

La Misión de Internacionalización, formulada por el DNP, permanece como un documento técnico que no fue institucionalizado, no cuenta con entidad ejecutora ni con presupuesto asignado. Mientras tanto, se restringe la exploración petrolera sin una alternativa fiscal y exportadora viable que reemplace sus ingresos.

Colombia no puede seguir esperando que el acceso preferencial a mercados haga el trabajo que no ha hecho su política industrial. La crisis arancelaria global no solo expone nuestra fragilidad exportadora, sino también el costo de haber postergado por décadas la transformación productiva. Sin estrategia, sin capacidades y sin ejecución, ni los TLC nos salvan, ni el mundo nos espera.

Por: Iván Darío Arroyave*
*El autor es consultor empresarial. Se ha desempeñado como presidente de la Bolsa Mercantil de Colombia, decano de postgrados de la Universidad EIA, director de posgrados en finanzas de la Universidad de la Sabana y consultor del Banco mundial. 

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia

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