Vivimos un momento de incertidumbre, pero siempre es en la crisis donde hay más también potencial de transformación. ¿Cómo transitarlos?
En estos tiempos de extremismos y transformación de los paradigmas culturales, las llamadas nuevas derechas se consolidan en un discurso centrado en el nacionalismo y la defensa de la libertad individual, en oposición a todo aquello que etiquetan como woke o colectivista. Recientemente estoy leyendo Globalismo de Agustín Laje —el nuevo gurú de las derechas latinoamericanas—, y me ha resultado profundamente interesante explorar las raíces de su sistema de pensamiento. Comparto aquí algunas reflexiones, con el deseo de aportar a un debate fundamentado y enriquecedor.
Me parece valioso que ciertos sectores de la derecha busquen debatir más allá del reduccionismo economicista y desarrollista que históricamente los ha definido, abriéndose a dimensiones culturales, simbólicas e ideológicas que también son esenciales para comprender el entramado social. Esta apertura puede permitir que el debate ocurra en un terreno compartido, donde la sociología y la filosofía no sean espacios reservados exclusivamente para la izquierda.
Quienes han seguido mis escritos saben que me fascina el encuentro entre opuestos, y cómo distintas ideologías instrumentalizan los mismos principios epistemológicos con fines radicalmente distintos. Ese ha sido, quizás, mi mayor hallazgo al leer a Laje. En el fondo, su pensamiento recurre a diferentes fundamentos según le convenga, siempre con el objetivo de defender el estado actual de las cosas y a los sectores privilegiados.
Su argumento central sostiene que tanto el Estado-nación como el globalismo han sido proyectos de homogeneización cultural, que han restringido la autodeterminación de los pueblos. Sin embargo, Laje desestima los movimientos indígenas —que claramente encarnan esa misma autodeterminación que él dice defender—, tratándolos como extensiones del movimiento woke o del globalismo que supuestamente amenaza la autonomía de las naciones. Así, la autodeterminación solo parece válida cuando no desafía las estructuras de poder existentes ni altera el orden social que ha llevado al planeta al colapso.
Una característica llamativa de su pensamiento es cómo concibe la autodeterminación en diferentes contextos. Laje critica las epistemologías posmodernas y construccionistas por querer deconstruir las identidades impuestas por la cultura. Según él, esto genera un vacío moral que debilita a la sociedad, vuelve al individuo vulnerable a la pérdida de identidad y lo hace propenso al “wokeismo”. Defiende que la autodeterminación individual debe tener límites claros, definidos por la biología, la clase social y la tradición cultural. Pero, en contraste, rechaza cualquier límite a los intercambios económicos, a la soberanía nacional o incluso a los prejuicios sociales, argumentando que tales restricciones son formas de control que llevan al autoritarismo. De nuevo, la libertad sólo es deseable cuando sostiene los privilegios existentes.
El argumento más reiterado en su libro es la necesidad de que cada nación defina su propia concepción de bienestar, sin imposiciones externas. Este planteamiento, que en teoría se alinea con una perspectiva constructivista —al defender la existencia de múltiples interpretaciones de la realidad determinadas por la cultura—, contrasta con su feroz crítica al constructivismo y a todo lo que huela a posmodernidad. Es una contradicción notable que atraviesa todo su discurso.
También es curioso como critica a las instituciones que toma como “globalistas” por defender un discurso de ideología de género y otras luchas mundiales como el cambio climático pero nunca menciona los mecanismos que perpetúan el funcionamiento de la economía global y que también suceden como una hegemonía de pensamiento mundial, como la Organización Mundial del Comercio, el sistema de patentes y el gigantesco lobby político de empresas mundiales para mantener sus beneficios de perpetuar dinámicas de consumo insostenibles en nombre del crecimiento del capital. Para Laje las hegemonías globales solo son criticables cuando vulneran el estado actual de las cosas y a los sectores privilegiados.
Confieso que me sentí identificado en ciertos pasajes del libro, especialmente cuando Laje denuncia los mecanismos mediante los cuales las élites globalistas alinean agendas e intereses del pueblo. Curiosamente, es el mismo argumento que han esgrimido históricamente los movimientos anticoloniales, usualmente desde la izquierda. La diferencia es que Laje defiende a los privilegiados, mientras que los anticoloniales defienden a los oprimidos. Los opuestos, una vez más, se encuentran.
Este cruce de ideas también se refleja en fenómenos actuales como el de Donald Trump y su ruptura con el sistema multilateral. Muchos analistas han señalado que, en la práctica, Trump está cumpliendo el sueño de ciertos sectores progresistas: demoler el libre mercado mediante aranceles y desprestigiar a la Organización Mundial del Comercio. Y sin embargo, pocos dudan de que representa a la derecha más radical. Esto sugiere que las líneas ideológicas ya no se trazan únicamente en torno al libre mercado o al tamaño del Estado. El campo de batalla se ha desplazado hacia la identidad, y con ello, se ha flexibilizado la relación entre las posturas económicas y las etiquetas políticas tradicionales.
Esta transformación puede ser una oportunidad. Si las ideologías ya no se definen exclusivamente por su relación con el capitalismo o el comunismo, tal vez podamos hablar de nuevas propuestas económicas sin que se nos encasille como comunistas o progres. Quisiera pensar que este giro abre espacio a ideas más heterodoxas, que cuestionen los fundamentos mismos de nuestro sistema económico para darle el rol que merece a los ciclos del planeta.
Vivimos un momento de incertidumbre, pero siempre es en la crisis donde hay más también potencial de transformación. Las crisis que hoy sacuden nuestras certezas pueden ser fértiles si logramos proponer nuevos imaginarios. Necesitamos construir una sociedad y una economía que partan del reconocimiento de los límites ecológicos, no que intenten ignorarlos. Es fundamental que quienes apostamos por estos nuevos paradigmas seamos capaces de articular visiones frescas, rigurosas y profundamente humanas. Para que lo que emerja no sea solo sostenible, sino también más amable y más bonito.
Por: Daniel Gutiérrez Patino*
*El autor es fundador de Saving The Amazon.
Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia.
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