Padres, abuelos, hijos, hermanos. Los hombres deben renunciar a sus familias y asumir el peso de la guerra. El conflicto discrimina.

En febrero de 2022 Rusia invadió Ucrania. El 25 de ese mes las noticias anunciaban que Ucrania había impuesto una restricción que impedía que cierto tipo de ciudadanos salieran del país. El “tipo de ciudadanos” a los que se refería la nueva ley eran los hombres de edades entre 18 y 60 años, ya que podían ser llamados a ser parte del Ejército a pelear en la guerra contra el invasor.

Alrededor había mucha sorpresa ante la guerra; el mundo occidental reviviendo imágenes horrorosas de dolor, muerte y separación. Sin embargo, no encontré que dicha sorpresa se concentrara mucho en la abierta discriminación de género del anuncio. Para muchos esta regla parecería natural, porque la idea de que siempre se deben salvar primero “mujeres y niños” está en el imaginario colectivo y se perpetúa ahí a través de muchos mecanismos culturales. Resulta natural también porque presumimos que la fuerza física de la especie se concentra en sus especímenes machos, aun si hoy día mucho menos combate depende de dicha fuerza y a pesar de lo falsa que pueda resultar la presunción.

Sin embargo, quisiera pedirles que por dos segundos se imaginen que ustedes son un muchacho ucraniano, de 19 años, a quien de repente le dicen que lo que se espera de él es que defienda su tierra, su país y su familia con su vida. Quizá más horrible en mi escala de valores, que las defienda matando a otros.

Lea también: El auge económico tiene muchos padres, el estancamiento es huérfano

Ahora les pido que se imaginen que son un hombre de 34 años, con dos hijos, de 2 y 4 años, a quien le dijeron que tiene que separarse de ellos. Que no podrá, por un tiempo indefinido, ser quien los mete en la cama cada noche y asegurarse de que están bien, sanos y amados.

Finalmente, les pido que sueñen con el corazón de un hombre de 55 años, que después de años de matrimonio infeliz, y una vez sus tres hijos ya han emprendido su camino de adultos, tuvo el valor de buscar un divorcio, hacerse cargo de las culpas y dolores de ese proceso y recientemente encontró una mujer con quien siente la ilusión de amar otra vez. Pero ahora debe abandonar ese sueño. Porque su país lo llama, y él es un candidato para pelear por él.

Este sacrificio no le fue pedido a una muchacha de 19 años, una casi niña en la sociedad moderna en la que hemos aprendido a proteger más y mejor a nuestros jóvenes. No se le pidió a la madre de los dos niños, ni se le pidió a la mujer de 53 años objeto emocionado del amor maduro y anhelado de nuestro hombre divorciado.

La guerra es un horror y eso no tiene distinción de género, pero lo que se les exige a los ciudadanos para enfrentarla sí que la tiene. Es una discriminación atroz que hace que, a pesar de lo mucho que hemos evolucionado para alejarnos de nuestros instintos más animales, sigamos cargando de violencia a nuestros hombres. Es brutal pensar en dedicar recursos sofisticados a desarrollar aún más las herramientas que se dedican a la guerra y hacen cada vez menos necesaria la fuerza física. Pero no podemos dejar que la necesidad de usarla le siga imponiendo ese yugo al género masculino. Deberíamos protestar frente a todos los estereotipos de género; frente a todas las discriminaciones. Es a esto lo que llamamos equidad.

Por: Ana Fernanda Maiguashca*
*La autora es presidente del Consejo Privado de Competitividad y miembro de la Junta Directiva de Women in Connection.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia.