La memoria no es solo una facultad humana, también a través de ella se escribe la historia de la sociedad. ¿Qué incluye en cómo esta se escribe?

La memoria es una fuerza tan poderosa, tan fundamental, que conforma la esencia misma de lo que somos. Cada uno de nosotros, como individuos, en nuestros roles profesionales, y como una sociedad, somos moldeados por el continuo torno de los recuerdos. No podemos escapar de nuestros recuerdos, pero podemos aprender a usarlos para crecer, para evolucionar, para ser mejores.

Cada ser humano desarrolla la conciencia de su propia memoria aproximadamente entre los dos y tres años de edad. Es en este período cuando comenzamos a formar nuestros primeros recuerdos perdurables, una fase que los psicólogos llaman “amnesia infantil”. El famoso psicólogo Jean Piaget afirmó en 1950 que “nuestra vida real comienza donde termina nuestra memoria”. En realidad, la construcción de nuestra identidad no comienza en el presente, sino que se funda en el pasado, en esos recuerdos formativos que todos llevamos.

Hay quienes argumentan que, en el sentido más estricto, solo existe el pasado. En el presente, simultáneamente, construimos pasado y futuro. Esa es una perspectiva compartida por el neurocientífico portugués Antonio Damasio quien señala que “la conciencia surge en la intersección del tiempo y la memoria”. Somos el producto de nuestras experiencias, y nuestras memorias son los cimientos sobre los que se construye el futuro.

Gabriel García Márquez, el laureado escritor colombiano, nos advirtió una vez que “la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”. Hay una profunda verdad en esas palabras. En teoría, cada uno de nosotros tiene la capacidad de elegir qué queremos recordar y cómo queremos recordarlo. Al hacerlo, modelamos nuestra propia identidad y nuestra realidad. Por lo tanto, “somos lo que queremos y no queremos recordar”. Pero, ¿qué sucede cuando desconfiamos de nuestra memoria? ¿Cuándo sentimos la necesidad de documentar nuestras vidas con fotografías y compartirlas en Instagram? ¿Estamos simplemente buscando testigos de nuestras experiencias, validando nuestra existencia a través de las lentes de las cámaras de nuestros celulares?

La civilización misma es un producto de la memoria colectiva. Las leyes, las normas, las costumbres, son todas manifestaciones de nuestra memoria social. Nuestras amistades profundas y duraderas también se construyen con recuerdos compartidos. Como afirmó el filósofo y sociólogo francés Maurice Halbwachs, “los recuerdos colectivos son la base de todas las relaciones sociales”.

La memoria no es solo una facultad humana. La espuma de los zapatos de correr, las almohadas, todas ellas tienen “memoria”. Adaptan su forma a la nuestra, recordando y respondiendo a nuestros cuerpos. Aquí, la memoria no es un recordatorio del pasado, sino un ajuste a las exigencias del presente.

Sin embargo, es importante desafiar el credo de que “nadie te quita lo bailado” o “nadie te quita lo vivido”. Esta idea, que sugiere que nuestras experiencias son inmutables e incuestionables, puede llevarnos a valorar más la acumulación de experiencias que la reflexión y el aprendizaje que se deriva de ellas. En un mundo en constante cambio, necesitamos más que nunca cuestionar nuestras experiencias, aprender de ellas y adaptarnos.

Por último, no podemos olvidar el precio que se paga cuando la memoria se pierde. Las enfermedades como diferentes tipos de demencia, como el Alzheimer, o los accidentes cerebrovasculares y otras condiciones, pueden borrar años de recuerdos, destruyendo la identidad que hemos construido durante toda nuestra vida. Nos sirve como recordatorio de lo precioso que es nuestro pasado y cuánto debemos apreciar nuestra capacidad para recordar.

La memoria, entonces, es más que un simple “cuarto de San Alejo” de recuerdos. Es el papel sobre el que pintamos nuestras vidas, la guía que nos lleva hacia el futuro. Es un regalo, una herramienta y, a veces, una carga. Pero, sobre todo, es lo que nos hace humanos. Cada uno de nosotros, como individuos y como miembros de una sociedad más amplia, somos responsables de cómo usamos ese gigantesco regalo. En nuestras manos, la memoria puede ser una fuerza para el cambio, para el crecimiento, para el progreso. Todo depende de cómo elegimos recordar, y de lo que elegimos olvidar.

Por: María Alejandra Gonzalez-Perez
Twitter:@alegp1
*La autora es Miembro del Consejo Global del ODS1: Fin de la Pobreza y profesora titular de la Universidad Eafit. Antes fue presidente para América Latina y El Caribe de la Academia de Negocios Internacionales (AIB). PhD en Negocios Internacionales y Responsabilidad Social Empresarial de la Universidad Nacional de Irlanda.

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