La educación superior es un eslabón fundamental en la cadena de la vida productiva y el paso al mundo del trabajo. Este es el costo de la deserción, que interrumpe la cadena.

A finales de junio, el Laboratorio de Economía de la Educación de la Universidad Javeriana (LEE) publicó su informe sobre la deserción en la educación superior en Colombia. El estudio que recoge los datos entre 2000 y 2021 (último periodo actualizado por el Ministerio de Educación Nacional previo a la publicación de este artículo) indica que en promedio uno de cada diez jóvenes que entra a una institución de educación superior (IES) no termina sus estudios.

Para dimensionar el impacto de este fenómeno, lo primero es entender qué factores lo agravan y son el punto de partida para explorar posibles soluciones. Gloria Bernal, Codirectora del LEE, asegura que hay aspectos vocacionales, económicos y de aprendizaje involucrados en la deserción de la educación superior.

Según la analista, en ocasiones la estructura falla desde sus bases, pues hay estudiantes que salen de los colegios con vacíos frente a ciertas competencias y habilidades que dificultan su ingreso y permanencia en las IES.

“Esa falencia, en la educación básica y media, termina reflejándose cuando llegan a la educación superior. La gran mayoría de jóvenes que provienen de colegios oficiales (que generalmente no clasifican entre los 100 mejores del país) tienen problemas para poder cumplir con los requisitos y mantener el interés en esa educación superior y terminan agudizando los problemas de deserción”, agrega Luis Fernando Mejía, director ejecutivo de Fedesarrollo.

Lo que influye a su vez en las altas tasas de informalidad y desempleo de la población joven del país.

El informe señala que la tasa de deserción es más elevada cuando se cruza con un bajo desempeño en las pruebas Saber 11, que son el termómetro para medir de entrada a quienes ingresan a las IES. Otros criterios que también agudizan la problemática son más propios de la realidad de cada estudiante, como su entorno familiar, su red de apoyo, su condición socioeconómica y su bienestar personal.

Rolando Roncancio, rector de la Universidad de La Sabana, agrega otro factor y es la revolución industrial 4.0, que ha producido un desplazamiento de los jóvenes hacia alternativas con las que adquieren competencias y habilidades digitales en un corto tiempo. “Se trata de skills muy técnicas y bien remuneradas, por lo cual muchos jóvenes resuelven dejar la universidad, o incluso no entrar”.

Para Bernal, del LEE, si bien no hay todavía data precisa al respecto, la pandemia impactó en las cifras de deserción. El estudio indica que de los estudiantes que ingresaron a primer semestre en la segunda mitad del 2020 (durante plena emergencia sanitaria), un 12,6% se retiró en el primer semestre y un 19,9% en el segundo.

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TALENTOS MÁS CAROS

Las consecuencias de este fenómeno no recaen solo sobre el sistema educativo, sino que en el mediano plazo altera la dinámica del mercado laboral. En los últimos años, las empresas han reiterado que la falta de talento calificado es uno de sus desafíos más urgentes, y con una menor salida de profesionales desde las IES el panorama es más complejo.

Ricardo Morales, director general de Experis de ManpowerGroup, afirma que para las organizaciones que constantemente demandan un personal capacitado en habilidades blandas y técnicas termina siendo un problema también de pérdida de competitividad en un mercado global.

“Un talento no calificado puede encarecer los procesos, los proyectos (tiempo de entrega): hay una brecha cercana al 54% en el costo del talento, entre tener el talento disponible y capacitar talento a través de upskill o reskill en las organizaciones”.

Ricardo Morales, director general de Experis de ManpowerGroup,

Así coincide Felipe Delgado, director ejecutivo de PageGroup, quien afirma que la deserción en la educación superior ocasiona un recalentamiento del sistema laboral, en la medida en que hay un desequilibrio en la oferta y la demanda. Por ejemplo, en las áreas de tecnología, donde la demanda de recurso humano es creciente, es más costoso conseguir talentos calificados, porque no hay una salida constante de profesionales y los que hay disponibles son muy peleados, con salarios y condiciones más elevadas.

Y ello también incide en que cada año sea más necesario dar la conversación sobre la pertinencia de la educación. Para Adriana Garcés, directora de Talent Solutions de ManpowerGroup, en los últimos años se ha mantenido la brecha que hay entre las áreas en las que se están formando los jóvenes y lo que las empresas requieren.

Educación

Es una diferencia que evidencian los profesionales cuando terminan sus carreras, concuerdan desde la Fundación Barco, “los jóvenes se están cuestionando tanto la pertinencia como el tiempo que implica cursar una carrera profesional y se están inclinando hacia alternativas de formación que les generen ingresos más rápidamente, que les brinden herramientas para participar en sectores emergentes e incluso iniciar sus propios negocios”, acota.

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IMPACTO SOCIAL

Más allá de encarecer el talento y avivar la guerra por los profesionales más capacitados, la deserción acarrea efectos para la economía. Roncancio asegura que el costo fallido de la deserción universitaria es billonario. Y aún más grave, implica en muchos casos la perduración de los ciclos de pobreza generacional. Mejía de Fedesarrollo asegura que ya es preocupante que la deserción afecte casi la mitad de los jóvenes, pero lo es aún más que su impacto es desigual.

“Al final la deserción termina generando una trampa de pobreza, los jóvenes más pobres no logran terminar sus estudios de educación superior y, por ende, no se califican de manera completa y resultan enganchados en trabajos informales y de baja remuneración, que no les permiten justamente dar ese salto hacia niveles de ingreso superiores, es decir, limita la movilidad social”.

CÓMO RESOLVER LA ECUACIÓN

La fórmula, según los puntos que establecieron los distintos actores, debe reunir: pertinencia, motivación, seguimiento y fortalecimiento de las bases y redes de apoyo. Una compleja ecuación.

El rector de la Universidad de La Sabana detalla que se ha generado un nuevo eslabón dentro de la cadena de formación y es la necesidad de alfabetización rápida, para atender a la revolución tecnológica que vive el mundo.

Pero no deja de ser fundamental la universidad como cuna de conocimientos, siempre que su modelo de aprendizaje sea acorde al contexto. “Cobra sentido lo que entendemos hoy como ‘universidad de tercera generación’: el valor real de la educación y la enseñanza está en lo que el estudiante aprende, y no en lo que el profesor enseña”. Priorizando modelos en los que el estudiante es el centro.

Bernal, del LEE, resalta que es fundamental la pertinencia y trabajar para que los programas educativos estén alineados con las demandas del mercado laboral y a las tendencias en tecnología. “Yo podría decir que las universidades más que enseñar habilidades puntuales están en la obligación de enseñar a los estudiantes a aprender, a crear, a poder enfrentar las nuevas tecnologías y contextos”.

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¿Qué les podrían aprender las universidades a los modelos no tradicionales de educación? Paola Sierra, business development manager de Laboratoria en Colombia, una organización por la inclusión de las mujeres en la economía digital, afirma que este modelo se constituye como una alternativa que acoge a una población que usualmente no tiene otras posibilidades de acceso a la educación superior.

“Estos formatos de aprendizaje lo que buscan es justamente inspirar y no solo llamar a las personas a que se interesen por temas de tecnología, sino que además desarrollen una serie de habilidades de manera ágil y flexible”.

Saber si estas estrategias son exitosas dependerá de mejorar las capacidades del sistema educativo para hacer seguimiento en tiempo real, detectar las alertas tempranas de deserción y tener un acompañamiento desde los primeros eslabones de la cadena.

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