¿Funciona la protesta en situaciones diferentes a aquellas, justificadas, por la imperiosa necesidad de hallar una real reivindicación de la dignidad, del trato o de la eliminación de cualquier abuso o explotación?
¡No más!, ¡ya es hora!, ¡No podemos seguir así!, ¡la situación es insostenible!, ¡Necesitamos cambiar ya!
Estas expresiones no hacen parte de un manifiesto electoral, no son gritos desesperados frente a una situación nacional, regional, personal, económica, política o social, ni buscan rechazar un gobierno, una decisión del Congreso o de las Altas Cortes, o la inacción de alguna autoridad, entre otros múltiples hechos del acontecer nacional.
Si bien pudieran decirse en cualquier momento de nuestra historia de vida, como respuesta a una crítica situación, atienden a un llamado interior que, todos, tarde o temprano, nos debemos hacer, y muchas veces nos hemos hecho con respecto a nuestra conducta, limitaciones y propósitos de vida.
¡Cuántas veces -particularmente en la noche de año nuevo-, en el cumpleaños, en una desgracia o en un momento de enorme sensibilidad con nuestros cercanos más queridos- nos prometemos cambiar algo de nuestra conducta y formulamos nuevos compromisos… y pasan los tiempos y la situación permanece igual, si es que no ha empeorado! Entonces nos quejamos, otra vez, porque creemos -erróneamente- que las energías, el destino o las fuerzas de la naturaleza se confabulan contra nuestros propósitos para hacernos desistir y, a la larga, declararnos vencidos.
Entonces dicha inconformidad se convierte en un hábito (o más bien, en un círculo vicioso): Criticar al establecimiento, al patrono, al mandatario de turno, al vecino, al conductor del carro, moto o cicla que va al lado nuestro, al agente de tránsito, a los influenciadores, al destino, al clima, al trabajo… Como si fuera una conducta inserta en nuestra idiosincrasia; se busca exculpar, justificar o tratar de explicar que todo lo que sucede alrededor, que no nos gusta, es producto de la irresponsabilidad del otro y que nos genera incomodidad e incita, incluso, a ser violentos ocasionando desgracias sociales, personales y familiares.
Pero ¿sirve quejarse de todo, por todo, a toda hora y en todo lugar?, ¿funciona la protesta en situaciones diferentes a aquellas, justificadas, por la imperiosa necesidad de hallar una real reivindicación de la dignidad, del trato o de la eliminación de cualquier abuso o explotación?
Si lo reflexionamos bien, vemos que esta costumbre es cada vez más común en conocidos, compañeros de trabajo, y hasta muy apreciados amigos, que ven más el vaso medio vacío que medio lleno, y que justifican sus propias limitaciones, erróneas actuaciones o actitudes negativas, en agentes externos como el destino, la suerte, la historia, el contexto y, en general, otras cosas u otras personas, pero nunca en ellos (nosotros) mismos.
Y no vemos que es en la disposición mental, en la actitud, en el optimismo en todos los escenarios y en el convencimiento de que no somos víctimas del entorno, sino que, por el contrario, éste se mejora gracias a nuestra propia y colectiva actuación, como podemos dar un giro radical a nuestra forma de ver y de construir la vida y de disfrutarla, en vez de sufrirla en continua quejadera.
Ese giro radical debemos darlo en singular y en plural. Rebelémonos contra nosotros mismos, contra nuestra pasividad, predefinida por la poca voluntad y el poco esfuerzo para superar la falta de compromiso con nuestros propósitos, contra la pereza, la gula, el chisme, la envidia, la crítica, el no estudio, el no ejercicio, la poca socialidad, o la impaciencia, entre otras muchas actitudes que demuestran dos cosas: o que no hemos razonado debidamente sobre lo que debemos hacer bien, o que si lo hemos comprendido no hemos sido capaces de autoimponerlo como parte de la voluntad necesaria para transformar lo malo en bueno.
Es un asunto de decisiones, como todo en la vida: Madrugo o no; estudio o no; contribuyo o no; paso o dejo pasar; critico o construyo; dedico mi tiempo al ocio o a la productividad; amo u odio; o critico sin actuar o actúo sin criticar….
El cambio empieza por uno mismo. La vida nos enseña, tras miles de historias, experiencias, enseñanzas y dolores, que el primer paso para cambiar el entorno y a los otros inicia con el cambio propio. Reconocerlo es un paso gigantesco, y aunque comenzar a actuar es complejo, y a veces difícil e incómodo (tratar, siempre, a los demás como quisiéramos que ellos nos trataran; ser amable en el lenguaje; ponerse en la posición del otro para entender el porqué de su actuación, y hacer un listado de nuestros pensamientos y actuaciones que pueden estar incomodando a los demás, para replantearlos, entre otras muchas opciones ), cuando llega la positiva actitud de vida nos sentiremos de seguro maravillosamente bien.
Quienes son conscientes de sus limitaciones y empeñan su voluntad para superarlas, gradual y lentamente, avanzan más lejos de lo que se imaginan, y logran cambiar la crítica despiadada por agradecimiento, solidaridad y sana convivencia.
¡Vale la pena intentarlo! Apurémonos, y que la buena educación nos sirva de soporte.
Por: Jaime Alberto Leal Afanador*
*El autor es rector de la Universidad Nacional Abierta y a Distancia (Unad).
Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia.
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