Contrario a lo que muchos, de forma equivocada, piensan, la gratitud no es un acto de humildad, de sumisión o de inferioridad.
Ser agradecido va mucho más allá de responder ‘gracias’, casi que instintivamente -como un acto de buena urbanidad, aprendido desde pequeños- a quienes, independientemente de sus motivos, nos hubieran hecho un favor, una entrega o una atención cualquiera.
Muchas personas dan gracias como una elemental norma de cortesía, así no sientan gratitud de verdad. Y eso lo perciben los demás. Si bien es preferible responder y agradecer cualquier favor, generosidad o tarea que se nos haga, a no hacerlo y parecer soberbios y groseros, la verdadera gratitud corresponde a una expresión de la inteligencia y de la voluntad; es decir, de las facultades superiores del ser humano: Su cabeza (la razón) y su corazón (el afecto).
La gratitud no admite distinción alguna de sexo, edad, posición social, origen regional o nivel educativo, entre otros. Nada excusa el no ser agradecido. Ni el más afamado deportista, político, artista, empresario o académico se gana el afecto de sus seguidores o de extraños, si su conducta es distante, despectiva y desagradecida hacia quienes le han dedicado el más valioso recurso del que todos disponemos, el tiempo, para seguirles, homenajearles, quererles escuchar, o simplemente saludarles.
Un gran político no lo es por su oratoria; un gran maestro no lo es por su didáctica; y un gran jefe no lo es por su capacidad de dar órdenes. Esas habilidades ayudan, pero ellos se hacen querer por su capacidad de escuchar, de ponerse en la situación del otro y de agradecerles sinceramente.
Contrario a lo que muchos, de forma equivocada, piensan, la gratitud no es un acto de humildad, de sumisión o de inferioridad. Por el contrario, la verdadera gratitud es la que deja volar sorpresivamente el sentimiento para mostrarles a los demás, con afectos o palabras, cuán importante son ellos para nosotros.
La gratitud es un poderoso valor; es decir, una conducta humana que mejora a quien la realiza, mejora a quienes se relacionan con quien la realiza y deriva en nuevos beneficios para la convivencia social, al mejorar la confianza, la lealtad, la responsabilidad, la laboriosidad, la atención.
Actuar de forma agradecida también contribuye al trabajo en equipo, aumenta la felicidad, reduce el estrés, potencia el respeto, y ayuda a comprender, a escuchar y a preocuparse por los otros.
Quien es agradecido también valora su entorno, la naturaleza misma (el paisaje, los recursos naturales, el aire, la temperatura…), y hasta su propia religiosidad, y ante la imposibilidad de responder por qué vivimos y compartimos el día a día con determinadas personas, en un universo de miles de millones de habitantes, de estrellas y de innumerables confines geográficos e históricos, opta por valorar profundamente su aquí, su ahora y a quienes le rodean.
Bien lo dijo Lao Tsé que «el agradecimiento es la memoria del corazón». Quien agradece difícilmente olvida el día, el momento, la persona y el entorno. Y su conciencia se esfuerza porque las próximas interacciones sean mucho mejores con aquellas personas que le han ayudado, aportado, corregido, sugerido, aconsejado, regalado… constituyéndose una relación de gana-gana. Hay serios estudios académicos que muestran cómo vivir la gratitud mejora la resiliencia y la autoestima, además de que fortalece las habilidades de liderazgo.
La gratitud se fortalece al valorar el presente, las ausencias, las experiencias vividas, las compañías y todo lo logrado. Una persona agradecida sabe que lo que disfruta y tiene hoy, tal vez no lo tendrá mañana; que la presente interacción con un conocido tal vez pueda ser la última; que el trabajo, independientemente de su complejidad, e incluso, poco o deseado salario, es una bendición; y que hasta sus dolencias son mínimas comparadas con las de quienes no pueden extrañar lo que se puede perder, porque sencillamente nunca lo tuvieron o no lo alcanzaron.
En el ámbito nacional, social y político, la valoración, el reconocimiento y el agradecimiento incluso de las opiniones contrarias y de otras visiones de la realidad, son un camino ideal para acabar con la peligrosa polarización.
Quien agradece valora, y quien valora protege lo que tiene y lo que recibe. Quien no agradece corre el riesgo de perder aquello que le da sentido a su ser y a su contexto: su familia, su pareja, su trabajo, sus relaciones sociales y hasta las libertades y la democracia.
Es una responsabilidad de educadores, padres y jefes, entre otros muchos, ser ejemplo para los demás y ser los primeros en agradecer.
Por: Jaime Alberto Leal Afanador*
*El autor es rector de la Universidad Nacional Abierta y a Distancia (Unad).
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