La polarización de la que tanto hablamos no es nueva, es herencia de una Nación formada entre dos culturas desde su origen. ¿Por qué?
La actual España, en buena parte, admira nuestro mestizaje. Personalmente, admiro a su democracia que, entre vientos y mareas históricas, hoy da ejemplo -a pesar de sus controversias- de un enorme salto social a favor de toda su población.
Cristóbal Colón, gestor de la Conquista en representación de la Corona Española, de la que somos hijos, nos describió así hace 532 años: “En estas islas no he hallado hombres monstruosos, como muchos pensaban, más antes es toda gente de muy lindo acatamiento…”
Así, el genovés Colón daba su impresión sobre los habitantes que halló en Tierras de Indias, en 1492, permitiéndonos con ello revisar en detalle la hipótesis que ha hecho carrera en el sentido de que los españoles llegaron a evangelizar a un grupo de bárbaros.
Lamentablemente la historia nos ha mostrado cómo los actuales colombianos somos herederos de unos antepasados que, desde la Conquista (primer momento documentado para un análisis sociológico), se vieron violentamente enfrentados y obligados a aceptar una cultura, un dogma de fe y unas normas ajenas a la idiosincrasia de los aborígenes americanos.
Si bien los nativos recibieron de los españoles aprendizajes, técnicas de producción, historias y enseñanzas valiosas, en especial nuestro bello idioma, estos extranjeros se beneficiaron, además de enormes tesoros, del conocimiento de productos agrícolas desconocidos para ellos y de riquezas mineras, además de un enorme dominio sobre estas tierras. También, hay que decirlo, la conquista, la evangelización, la colonia y la imposición de la corona vino acompañada de barbarie, de adoctrinamiento y de una obligada reducción de la esencia y de la cultura de los nativos.
La polarización de la que tanto hablamos hoy (izquierda-derecha; gobierno-oposición), no es nueva. Es herencia de una nación formada en las antípodas como producto del encuentro (o choque) entre dos culturas, ajenas, en su génesis, al diálogo y a la concertación, que terminaron actuando por más de tres siglos en términos de imposición y de rechazo, de estigmatizaciones, de señalamientos, de acusaciones, de ofensas y de defensas inmerecidas.
De allí las guerras fratricidas y la “evolución” de una cultura basada en visiones opuestas del mundo y de la idealizada verdad: conquistadores y conquistados, colonizadores y colonos, patriotas y realistas, federalistas y centralistas, liberales y conservadores, capitalinos y provincianos, ricos y pobres, esclavos y terratenientes, creyentes y ateos… en fin, todo resumido en buenos y malos. Aunque no es claro, después de más de cinco siglos, de millones de muertos por la violencia y miles de leyes, cuál es mejor o peor. Creo, como los españoles de hoy, que lo mejor es nuestro grandioso mestizaje.
Estos antecedentes permiten, en mucho, responder a la pregunta de ¿por qué somos como somos? y partir de allí, entender esa confusa convivencia nacional que experimentamos entre peligrosísimas sociopatías, una infinita desesperanza, pero también la nobleza, la sencillez, el buen humor y el espíritu trabajador, con la malicia que raya en maldad, el avivamiento que roza en egoísmo y el auto enriquecimiento que desconoce la solidaridad.
Ese espíritu nacional, que identifica nuestras esperanzas, motivaciones y expectativas, así como la calidez de quienes nos identificamos con esta patria, es el que he llamado “Colombianitud”, mismo nombre del último libro que acabo de publicar, y con el que realizo una “reflexión de cómo un sistema educativo de vanguardia puede orientar nuestra visión colectiva de nación próspera y en paz”.
Porque, como apasionado que soy por la esencia, las causas, los ritmos, los olores, los sabores y los saberes ancestrales e ilusiones de esta Patria, así como de la educación como el motor transformador que nos permite motivar, empoderar, igualar y soñar con un mejor país; he encontrado, tristemente, cómo ha sido el sistema educativo uno de los principales afectados en esta historia de divisiones, de exclusiones y de estigmatizaciones crónicas de nuestros antepasados.
Como afirmo en el libro citado, que humildemente invito a leer, “solo será posible mediante la educación, rescatar dicha Colombianitud como fórmula redentora para que la violencia, la historia de exclusión e inequidad y la corrupción, que como males endémicos acompañaron a miles en las generaciones anteriores, y a gran parte de la actual, no sigan siendo los elementos que definan el imaginario de lo que lo que somos”. Solo así habremos asegurado un buen relevo generacional.
¡Es cuestión de atrevernos colectivamente y de mostrar voluntad política!
Por: Jaime Alberto Leal Afanador*
*El autor es rector de la Universidad Nacional Abierta y a Distancia (Unad).
Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia.
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