¿El sector educativo ha sabido formar a generaciones completas lejos de los vicios de la corrupción? ¿O todos hemos sido corruptos en algún punto?
¿Qué me diría, apreciado lector, si yo afirmara que sus antepasados, y ahora usted, son en gran medida responsables de los ya innumerables escándalos de corrupción que desde la colonia española destapan los medios de comunicación y algunos entes de control en nuestro país?
Si la sola insinuación le molesta, y hasta le ofende, porque usted siempre ha actuado rectamente, porque no se ha robado un centavo y se preocupa por enseñar a sus hijos el buen ejemplo, me disculpo. Pero permítame, por favor, explicar el porqué de mi planteamiento.
Según varios de mis detractores, a lo largo de mis 42 años de vida pública, yo también soy un corrupto que se apropió de una universidad estatal para desfalcarla y manejarla, de forma autoritaria, en mi beneficio y el de mis allegados. Eso es lo que han dicho, en especial los últimos 20 años, a fiscales y jueces y en redes sociales. Son acusaciones de personas que han rechazado la transformación organizacional de la Universidad Nacional Abierta y a Distancia, misma que ha girado en sentido contrario al de muchas otras universidades públicas, hoy con menores resultados que la UNAD. Con dichas acusaciones, calumniosas, se ha vulnerado mi dignidad. Afortunadamente, todos los fallos e instancias judiciales relacionados han decidido a mi favor.
Con la tranquilidad de conciencia, los fallos a mi favor, y la dirección técnica y estratégica de la UNAD, hoy lidero una causa social educativa que, por sus resultados, ha servido a miles de conciudadanos para transformar positivamente sus vidas. Soy, por esencia, un educador, y me empeño en garantizar que la formación de los estudiantes, más allá de su edad y nivel educativo, siempre vaya acompañada de la moral y la ética.
Sé que no es posible hablar de un profesional integral si este no actúa con transparencia y se orienta al bien común. También sé de lo difícil que resulta hacerlo en una sociedad contaminada por la desesperanza, la envidia, el odio y el rencor.
También es cierto que, lamentablemente, la mayoría de quienes han sido condenados por la justicia, son profesionales graduados de diversas universidades e, incluso, un importante roce social, y que han actuado con ambición desmedida, de forma desvergonzada, pícara, irresponsable, irrespetuosa y sin ninguna consideración por el desarrollo social.
Y entonces me cuestiono si la educación, como sector, ha sabido formar debidamente a generaciones completas y llego a la conclusión de que se deben transformar los modelos educativos. Debo admitir que a los líderes del sistema educativo nos ha faltado visión, creatividad, entereza y decisión al respecto. Tenemos que garantizar que los educadores de cualquier ciclo o nivel, público o privado, sean, ante todo, un buen ejemplo para que los jóvenes y las nuevas generaciones asuman como suya la expresión de sembrar convivencia y respeto en un entorno de formación integral.
Porque la corrupción va más allá de una cuestionable práctica generalmente atribuible a los políticos, y tampoco es solo un tema de dinero, pues ese factor es solo una de sus expresiones. La corrupción es una afrenta a la dignidad, a la integridad y a la convivencia humana, e inicia cuando se viola el principio universal (que aplica a todas las culturas y todas las religiones) de “no hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti”.
La corrupción es un problema de principios. Claro, es corrupto el legislador que recibe coimas para condicionar un voto y el ministro que se beneficia de un contrato. Pero también es corrupto (y aquí está la razón del porque mi afirmación inicial), quien descubre que el cajero del supermercado le devolvió demás y no retorna ese dinero, quien se pasa el semáforo en rojo porque no hay un policía o una cámara que lo supervise, quien ve que a la persona de adelante se le cae un billete y no le avisa para quedarse con él, quien piensa que nadie se da cuenta de que pasa el día sin hacer nada en su trabajo, quien se lleva una comisión del contratista que incumple su objeto contractual, y quien justifica que robar muy poco es algo mínimo frente a los que se llevan miles de millones, por citar algunos ejemplos que no son ajenos al diario vivir de nuestra patria.
Y ahí es donde la ética nos pone un reto. No basta el solo discurso moral si este no se acompaña del servir para el bien común. No basta con no robar, sino también con no permitir que se robe, con no guardar silencio cómplice, y con no buscar justificaciones para exculpar a terceros. Porque, en últimas, se está afectando tanto nuestra prosperidad y convivencia como nuestra viabilidad como sociedad. No podemos permitir que los corruptos nos metan la mano a los bolsillos, porque con sus fraudes aumentan nuestra tributación, atrasan a la sociedad con reprocesos y dañan la imagen del país.
Si buscamos una verdadera transformación, tenemos que demostrar a nuestros hijos e hijas que comportarse como truhanes no es el mejor ni el más fácil atajo, y mucho menos la mal interpretada viveza y el chanchullo. Por el contrario, que la mayor rentabilidad para una sociedad está en el estudio, la disciplina, el respeto y el trabajo digno.
Es hora de hacer un alto y preguntarnos si estamos educando bien y sabemos para qué educamos. No lo creo. Nos debemos una verdadera revolución educativa inspirada por los propios educadores para garantizar una formación integral. Es hora de transformar el sistema educativo para que actúe como tal; es hora de transformar el rol de sus actores claves; y es hora de preparar una educación atada a una visión de futuro no condenada a perpetuarse en una mediocre estática que ya ha desvertebrado bastante nuestro sueño de nación justa, equitativa y prospera.
¿Es connatural la corrupción? Mi categórica respuesta es un no. Sí son, en cambio, connaturales al ser humano, el bien y el respeto, pero quienes no han descubierto que actuar con la verdad y la ética es el mejor camino para la convivencia humana, son los que creen que la corrupción es el camino para su bien, pero no para el bien social.
Por: Jaime Alberto Leal Afanador*
*El autor es rector de la Universidad Nacional Abierta y a Distancia (Unad).
Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia.
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