¿Cuál es el grado de importancia que los gobiernos de Latinoamérica le están dando a la educación? En Colombia, aunque crece, sigue estando por debajo de otros países como Chile o Costa Rica.
Hoy nadie niega la importancia de la educación para el desarrollo y movilidad social. No importa la visión o ideologia política, todas y todos coincidimos que invertir en educación termina siendo una salvaguarda de los países para evitar caer en el deterioro social ruta inminente a la desesperanza y el atraso dependiente de terceros, ya que la formación integral potencia el trabajo inteligente productivo y por supuesto moviliza la economía de una nación.
Hasta el siglo 20, erróneamente se creía que, dadas las restricciones fiscales del estado central, era solo suficiente universalizar la educación básica primaria y secundaria para las mayorías poblacionales. Pero cada día hay más conciencia de que la educación superior también debe concebirse como un derecho para potenciar el desarrollo personal y el crecimiento cualificado de las naciones.
La inversión pública que todo país hace en educación se mide a través de la participación de este rubro en el Producto Interno Bruto (o PIB), y esto permite leer, en parte, cuál es el grado de importancia que los gobiernos dan a ésta. En Colombia el porcentaje está ligeramente por encima del 4 %, y el sector Educación recibe el mayor rubro del presupuesto general de la nación (70 billones a 2024, aproximadamente el 14 % de todos los recursos). Si bien supera las inversiones que hacen países como Guatemala, Paraguay, Ecuador y Perú (alrededor del 3%), se halla por debajo de otras naciones como Uruguay, México, Chile, Brasil y Costa Rica (en torno del 5 %), y muy por debajo de naciones como Islandia, Dinamarca, Noruega y Suecia (por encima del 7 %).
La educación siempre demandará más recursos, por lo que el ejecutivo y el legislativo deben intentar obtener por sobre las necesidades de los otros sectores de la economía un plus en esta inversión social clave. Por lo mismo, constituye un debate permanente la “efectividad” de la inversión que el estado hace en educación, y eso lleva a que muchos se concentren y cuestionen los dineros que este transfiere al sector educativo y que se destinan a gastos de funcionamiento, a salarios y beneficios convencionales, y a un incremento aún lento de la cualificación de la plataforma humana a su servicio y de las prioritarias infraestructuras física y tecnologica. Sin embargo incluso hoy, hay quienes consideran que el Estado debe reducir estos aportes, teniendo en cuenta que quienes se forman mejoran sus ingresos en el mercado laboral, por lo que ellos y sus familias deberían asumir los costos de formarse. En parte hay razón pero solo en parte y debe darse un urgente debate nacional para ampliar la visión sobre nuestra educación .
El punto que quiero resaltar es que la inversión en educación trae beneficios mucho más grandes para la patria de lo que dicen las aún retardadas y no siempre creibles cifras económicas sobre este sector.
La educación no solo cualifica a la población para desempeñarse laboralmente y desarrollar emprendimientos serios, por ende, incrementar la productividad nacional (lo que de por sí ya es una enorme ganancia para la nación), sino que viene acompañada de una serie de externalidades, o beneficios indirectos para la sociedad, que gracias a los resultados de la investigación aplicada mejoran considerablemente a cada sector económico y contribuye al desarrollo de los territorios y comunidades regionales.
Algunas de estas externalidades son, por ejemplo, la mejora en el nivel de conciencia social de los estudiantes y, por ende, la reducción de la protesta social, los conflictos familiares y la violencia; la sensibilización en torno de los impactos positivos y negativos de ciertas conductas y, por ende, la reducción de presupuestos del Estado en áreas de intervención como seguridad, cárceles, bienestar familiar, justicia…; el crecimiento en el nivel de responsabilidad propia con el cuerpo y la salud, con la consecuente mejora en la calidad de vida; y hasta en la reducción de la criminalidad, el aumento de la tributación, el aumento en las capacidades de innovación, emprendimiento y empleabilidad de los connacionales, y en el hallazgo de sentido de vida para muchos jóvenes y sus familias que, hasta antes de la educación se sentían excluidas de la sociedad.
Es cierto que el debate sobre cómo distribuir los recursos para la educación, en qué niveles y áreas del conocimiento, entre otros, es siempre fundamental, pero definitivamente lo que no está en duda es que el permanente aumento de la inversión en educación no puede ser puesto en duda. Si bien la educación podria percibirse alta, la falta de la misma es mucho más costosa, porque la mayor y mejor educación de un país no puede ser el lujo de unos pocos, sino el orgullo de toda su sociedad.
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