Con la llegada de grandes conglomerados empresariales a las que solían ser pequeñas empresas familiares, los profesionales de sostenibilidad, innovación y cultura deben entender que tienen el poder de convertirse en “traductores culturales”, capaces de preservar el valor a largo plazo mientras satisfacen las necesidades inmediatas de rentabilidad.

Había una vez una hermosa finca en las montañas colombianas. Durante décadas, perteneció a una familia tradicional que la visitaba cada tres semanas. La finca era conocida por sus abundantes cultivos, sus jardines florecientes y la calidez de su ambiente.

El corazón de la operación diaria era ‘Don Manuel’, el mayordomo, quien había trabajado allí por más de treinta años. La familia confiaba ciegamente en él. Le habían dado libertad total para administrar la propiedad y tomar decisiones. ‘Don Manuel’ conocía cada rincón, cada árbol, cada secreto de aquella tierra.

Los dueños simplemente llegaban a disfrutar: se relajaban junto a la piscina, organizaban asados con amigos en el kiosco y pasaban las tardes en el jacuzzi admirando el paisaje. Cuando ‘Don Manuel’ necesitaba 200.000 pesos para la gasolina de la guadañadora o para contratar ayudantes adicionales durante la cosecha, los dueños firmaban sin preguntar.

– “’Don Manuel’ sabe lo que hace”, decían siempre.

Un día, la noticia cayó como un rayo en cielo despejado: la finca había sido vendida.

El nuevo propietario era un empresario comerciante que había tomado un préstamo considerable para adquirirla. A diferencia de los antiguos dueños, él tenía una hipoteca que pagar cada mes, inversionistas a quienes rendir cuentas, y la presión constante de hacer que su inversión fuera rentable a corto plazo.

La primera visita del nuevo dueño marcó un punto de inflexión. Cuando ‘Don Manuel’ presentó la lista de gastos habituales, el nuevo propietario frunció el ceño.

– “¿200.000 pesos para la gasolina de la guadañadora? ¿Por qué no compramos la marca económica por 40.000?”

– “Pero señor,”, respondió ‘Don Manuel’, “esa gasolina daña el motor. Siempre hemos usado la de mejor calidad”.

-“Necesito ver resultados inmediatos”, respondió el nuevo dueño. “Cada centavo cuenta”.

Con el paso de las semanas, los cambios fueron evidentes. El nuevo propietario recortó el personal, redujo el mantenimiento de los jardines, y comenzó a intensificar la producción sin considerar los ciclos naturales de la tierra.

‘Don Manuel’, quien antes tenía autoridad para tomar decisiones basadas en su conocimiento profundo del lugar, ahora debía consultar cada gasto mínimo. Los trabajadores temporales que venían desde generaciones a ayudar en temporadas específicas fueron reemplazados por personal más barato y sin experiencia.

Los vecinos empezaron a notar los cambios. El agua que bajaba de la finca comenzó a contaminarse con pesticidas más baratos pero dañinos. Las cercas delimitadoras dejaron de mantenerse adecuadamente. La biodiversidad que una vez fue el orgullo de la propiedad comenzó a disminuir.

Para los habitantes de la vereda, surgió un dilema: ¿cómo acercarse al nuevo dueño para hablar de estas preocupaciones?

‘Doña Rosalba’, una vecina astuta que había vivido toda su vida junto a la finca, entendió la situación rápidamente.

-“No podemos hablarle de tradición o biodiversidad”, les dijo a los otros vecinos. “Tenemos que hablarle en términos que le importen a él”.

El día que finalmente tuvieron oportunidad de hablar con el nuevo propietario, no mencionaron la nostalgia por cómo era antes la finca. En lugar de eso, le hablaron de oportunidades:

-“Si instala paneles solares, podría reducir su factura eléctrica en un 60% en menos de dos años”.

-“Hay un programa gubernamental que subsidia el 40% de los sistemas de recolección de agua lluvia, lo que reduciría sus costos de riego”.

-“Vea, ¿Se ha fijado en quiénes están comprando terrenos por aquí últimamente? Son los ricachones de la ciudad que vienen con los bolsillos llenos. Y lo que ellos buscan no son cultivos ni vacas, sino árboles y naturaleza. Mire, si usted tumba esos palos para meter ganado o pelar el monte para sembrar cosas que se venda de una, va a sacar unos pesitos rápido, claro. Pero está perdiendo el negocio grande. Esa gente de la ciudad paga el triple o más por una finca con árboles grandes que por un potrero pelado. Es más negocio esperar un poco. Los de la ciudad vienen huyendo del cemento y el ruido, y por un pedazo de tierra con sombra natural pagan lo que sea. Cada árbol viejo que usted no corte es como tener plata en el banco, pero con mejores intereses. Si lo corta, se acaba el negocio. Le digo por experiencia: esos árboles valen más parados que tumbados. En vez de pensar en la plática de mañana, piense en la fortuna del otro año”.

El nuevo dueño escuchó con atención. Estos no eran argumentos sentimentales sobre tradiciones o valores; eran oportunidades de negocio concretas con cifras claras de retorno sobre la inversión.

Lentamente, comenzó a ver el valor a largo plazo de ciertas prácticas sostenibles, no porque repentinamente se hubiera convertido en un ambientalista, sino porque entendió que podían alinearse con sus objetivos financieros.

‘Don Manuel’, que había estado al borde de renunciar, encontró una nueva forma de comunicarse con el propietario. Ya no pedía dinero para “mantener las tradiciones”, sino que presentaba cada propuesta con un análisis claro de costos y beneficios:

-“Esta gasolina de mejor calidad cuesta 160.000 pesos más, pero extiende la vida útil de la guadañadora por tres años, ahorrando 1.2 millones en reemplazos prematuros”.

Esta finca representa a las empresas colombianas tradicionales que han sido adquiridas por nuevos inversionistas con financiación externa. ‘Don Manuel’ simboliza a los gerentes y empleados de larga trayectoria que conocen profundamente la operación. Los vecinos son los stakeholders externos: comunidades, proveedores, y otros actores del ecosistema empresarial.

La metáfora nos enseña algo crucial: cuando cambia el propietario y su modelo mental, debemos adaptar nuestro lenguaje y enfoque. No se trata de abandonar los valores de sostenibilidad, sino de traducirlos al lenguaje que resuena con la nueva realidad financiera.

Las mismas prácticas sostenibles pueden preservarse, pero la manera de comunicarlas y justificarlas debe evolucionar. El mayordomo que aprende a hablar de ROI (retorno sobre la inversión) tiene más posibilidades de preservar las buenas prácticas que quien solo habla de tradición.

En el mundo empresarial colombiano, esta dinámica se repite constantemente. Las empresas familiares con tradiciones arraigadas son adquiridas por fondos de inversión o multinacionales que buscan retornos rápidos. El desafío no está en resistir el cambio, sino en encontrar un nuevo lenguaje que permita preservar lo esencial mientras se navega la nueva realidad económica.

Los profesionales de sostenibilidad, innovación, internacionalización y cultura organización que entienden esta dinámica tienen el poder de convertirse en “traductores culturales”, capaces de preservar el valor a largo plazo mientras satisfacen las necesidades inmediatas de rentabilidad.

Como dijo una colega cercana con quien solemos hablar de estos temas: “Hay que pegarle donde le duela y donde le interesa. Si no logran eso, hay muchos mecanismos para hacerlo”.

Por: María Alejandra Gonzalez-Perez
Twitter:@alegp1
*La autora es Jefe de la Maestría en Sostenibilidad de la Universidad EAFIT. Antes fue presidente para América Latina y El Caribe de la Academia de Negocios Internacionales (AIB). PhD en Negocios Internacionales y Responsabilidad Social Empresarial de la Universidad Nacional de Irlanda.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia.

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