Más allá de su filiación política, lo que pasó con Miguel Uribe despierta una sensación de déjà vu que deja una reflexión inevitable: los discursos importan, las narrativas tienen consecuencias y las palabras pueden convertirse en armas.

En este espacio suelo dedicarme a brindarles herramientas de análisis para entender los mercados, compartirles mi visión desde Gandini Análisis sobre geopolítica, economía y mercados financieros. Sin embargo, hay momentos en los que resulta imposible seguir hablando de números, indicadores y tendencias sin antes detenerse a mirar lo que está pasando alrededor.

El reciente atentado contra la vida del precandidato presidencial y senador Miguel Uribe Turbay no es un hecho menor. Más allá de su filiación política, de su ideología o del contexto inmediato, este acto despierta en muchos colombianos una amarga sensación de déjà vu, de regreso a los años ochenta y noventa, cuando la violencia intentaba imponerse como método de resolución política. Y aunque este episodio aún está lleno de interrogantes —porque no es claro quién estuvo detrás— hay una reflexión inevitable: los discursos importan, las narrativas tienen consecuencias y las palabras pueden convertirse en armas.

En buena parte del mundo, no solo en Colombia, hemos visto cómo el discurso político se ha degradado en la última década. Ya no se busca convencer a partir de ideas o propuestas, sino dividir, señalar y buscar culpables. Lo alarmante es que esto no tiene color político definido; no importa si es de izquierda o de derecha. Lo que importa es la estrategia, y esa se repite con una facilidad preocupante.

Funciona en dos pasos:

  • Se establece un escenario ideal, bien sea prometiendo recuperar la gloria de un pasado idealizado —como el Let’s Make America Great Again de Trump— o exaltando el nacionalismo extremo —como Putin y su narrativa de la madre Rusia—. También se ofrece una utopía futura, un país en el que todo estará mejor.
  • Se localiza un enemigo claro, al que se culpa de todo lo que no funciona. Puede ser el partido contrario, las clases altas, los inmigrantes o cualquier minoría. Una vez elegido el culpable, se alimenta una narrativa de “ellos contra nosotros” que se mantiene fácilmente en el tiempo, porque si el punto uno no se logra, basta con volver al punto dos y culpar a los de siempre o buscar un nuevo responsable.

Lo grave es que este tipo de discurso no solo perpetúa la polarización. También radicaliza. Y la radicalización, como nos recuerda la historia, muchas veces desemboca en hechos violentos. Es muy diciente que mientras en Colombia ocurre este lamentable atentado, en Los Ángeles se acumulen ya cuatro días de protestas crecientes contra las políticas migratorias de Donald Trump.

Por eso no se trata solo de señalar al victimario ni de quedarnos en la especulación sobre autores intelectuales o materiales. La verdadera pregunta es: ¿qué clase de ambiente político estamos cultivando? ¿Qué tipo de discursos estamos aceptando y validando como ciudadanos, como medios, como sociedad? De cara a las elecciones del próximo año, es urgente dejar de aplaudir o tolerar los relatos que ofrecen soluciones fáciles a través de culpables convenientes. Es momento de exigir propuestas concretas, ideas realizables y discusiones serias sobre los problemas de fondo.

Al final, somos nosotros, como votantes, quienes decidimos qué clase de discurso premiamos. Y cada voto, cada silencio y cada aplauso son, de una forma u otra, una forma de legitimar o rechazar esa narrativa.

Ojalá lo recordemos antes de que la historia vuelva a repetirse.

Por: Gregorio Gandini*
*El autor es fundador de Gandini Análisis, plataforma donde crea contenido de análisis sobre mercados financieros y economía. También es el creador del podcast Gandini Análisis y se desempeña como profesor en diferentes universidades en temas asociados a finanzas y economía.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia.

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