Lo que estamos presenciando con la IA, y que al parecer hasta ahora es la punta de un iceberg que no sabemos a dónde nos llevará, es que la tecnología ofrece capacidades que hasta hace poco eran inimaginables para cualquiera.
Con la robotización, la automatización y, especialmente la Inteligencia Artificial (IA), el empleo está comenzando a sentir cambios radicales que, definitivamente, afectarán la estructura económica mundial.
El trabajo siempre ha sido un medio de progreso. Además de potenciar la entretención y la formación, gracias a este las personas obtienen los ingresos para cubrir sus necesidades. Pero, paradójicamente, los avances del hombre han creado nuevas formas de hacer las cosas, dirigidas a producir más, en menos tiempo y de forma más económica.
Lo que estamos presenciando con la IA, y que al parecer hasta ahora es la punta de un iceberg que no sabemos a dónde nos llevará, es que la tecnología ofrece capacidades que hasta hace poco eran inimaginables para cualquiera.
Más allá de los beneficios de una vida aparentemente más cómoda en las comunicaciones, los negocios, el estudio, el entretenimiento y las relaciones sociales, gracias a la IA nos enfrentamos a la posibilidad de que lo que estudiamos y aprendimos en nuestra experiencia laboral, se haga anticuado y, sobre todo, sustituible por las máquinas y la IA.
Es decir, no estamos seguros que lo que sabemos hacer para trabajar, devengar dinero y sostener a nuestras familias esté “blindado” de la IA. Y si es así, ¿para dónde cogemos?
Las grandes revoluciones industriales de la humanidad lo han demostrado. En la Primera Revolución Industrial, con la máquina de vapor y la mecanización textil, en los siglos XVIII y XIX, los tejedores manuales, los artesanos del hilado, los transportadores a caballo o en carretas, y los herreros, entre otros, vieron cómo su trabajo fue desapareciendo.
La llegada de la electricidad, el acero, los motores de combustión y las líneas de ensamblaje, a finales del siglo XIX, en la Segunda Revolución Industrial, llevaron a la desaparición de oficios como el encendido de de farolas a gas, la telegrafía, los tipógrafos y los cocheros, entre otros.
Y desde mediados del siglo pasado, con la Tercera Revolución Industrial, gracias a la informática y las telecomunicaciones, los operadores de centrales telefónicas, los calculistas humanos y las mecanógrafas, entre otras actividades, también fueron desapareciendo.
Ahora, con la IA, la robótica, el Big Data, el Internet de las cosas y biotecnología, entre otros, presenciamos el nacimiento de la Cuarta Revolución Industrial, que ya viene cobrando sus primeras “víctimas”, como los agentes de viajes, bibliotecarios, vendedores, cajeros de supermercado, traductores, celadores, operarios en línea de producción, repartidores y trabajadores de call center.
Lo cierto es que hoy el conocimiento es inmediato y si éste no se actualiza, varía y aumenta, el trabajo corre el riesgo de ser reeemplazado o desaparecido. Millones de profesionales quedaron cesantes con el fin (por no renovarse y actualizarse) de empresas como Blockbuster, Sears, Kodak, Tower Records, Pan Am, y hasta de grandes empresas de tecnología (Nokia, Alta Vista, Excite…), que se quedaron en su modelo y no reaccionaron al mercado.
Esto nos presenta dos inobjetables realidades que, independientemente de nuestro trabajo actual y nivel de formación, debemos asumir:
Primero, mientras más personas hagan exactamente el mismo trabajo nuestro, es mayor el riesgo de que éste sea automatizado. No importa que Usted lleve 20 años haciendo impecablemente su trabajo (por ejemplo como digitador, telefonista, archivista o corrector ortográfico), tarde o temprano este trabajo desaparecerá. Evalúe su actividad, mire qué tan fácil se puede hacer y si ya hay softwares o IAs que la sustituyen, comience a buscar otros panoramas. Si no ve amenaza, aún, especialícese más y dé un valor agregado único a su trabajo, para que siga siendo exitoso.
Segundo, el título académico obtenido hace 5, 10, 20, 30 años… es obsoleto si el conocimiento no se actualiza. ¿De qué sirve hoy un abogado laboralista formado en las leyes de hace dos décadas, un ingeniero de televisores en blanco y negro, un fotógrado de plaza de pueblo, o un geógrafo, un historiador o un profesor de idiomas que desconozcan los últimos avances en softwares al respecto? Aunque muchos cuestionan la actual educación universitaria (y como rector de la UNAD soy consciente de ello), lo que está en riesgo son los modelos de formación, pero nunca la necesidad de estarse formando siempre, pues eso constituye un seguro contra la amenaza de desaparición de nuestro trabajo.
Nadie sabe con certeza a dónde llegaremos en este escenario. Lo único seguro es que no podemos quedarnos quietos, resignados y conformes con lo que hoy sabemos y hacemos, porque las amenazas pueden llegar en el momento menos esperado. Recuerde que soldado advertido…
Por: Jaime Alberto Leal Afanador*
*El autor es rector de la Universidad Nacional Abierta y a Distancia (Unad).
Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia.
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